Si de Buenos Aires a Iguazú pasamos del invierno a un tórrido verano, hemos regresado a los fresquíbiris del interior argentino.
Volamos a San Miguel de Tucumán, en el interior norteño de Argentina, y de ahí nos hemos hospedado con una familia de Tafí del Valle, una población que se encuentra enclavada en un valle rodeado de montañas a 2.000 metros de altitud, y claro, ese fresquito que os mencionaba, se nota, sobre todo en cuanto se echan encima las sombras de las montañas circundantes. Tú estás ya casi con la luz encendida y ves por la ventana a lo lejos poblaciones fuera del valle que están aún en pleno mediodía.
El camino de San Miguel de Tucumán a Tafí del Valle son solo 100 km pero se tardan dos horas largas en recorrerlo, debido a que está en lo alto de un puerto de montaña que sube, sube y sube. Cuando estás en la parte de San Miguel, la temperatura es elevada, casi de verano, pero según vamos ganando altitud, ya hay que ir cerrando ventanillas y sacando abriguito.
El recorrido nos lo hizo un taxista muy majo que nos fue explicando todo lo relacionado con la zona. Muy interesante. Esta zona produce caña de azúcar, limones, fresas y arándanos como si no hubiera un mañana. Ves los camiones por la carretera cargados hasta los topes, y muchos puestos de carretera que te venden estas frutas casi regaladas. Era tan bueno el precio que no pudimos evitar comprar un par de kilos de fresas ("frutilla", que dicen por aquí), y porque íbamos apretados y con maletas que, si no, pillamos también limones, arándanos... y todo lo que se tercie, porque aparte de lo económico que salen, tienen las frutas y hortalizas por esta zona un aspecto de morirse.
Y como no solo de frutas y verduras vive el hombre, nos dijo el conductor (no sabía a quién se lo decía), que pasábamos de camino por una población donde se galardona todos los años a la "Empanada de oro" (es el certamen de mis sueños, lo confieso. Entre la Gala de los Oscar y esto, yo no tengo dudas).
Aunque supongo que la mitad de las ciudades argentinas compiten por ser las creadoras de la mejor empanada, no quise dejar pasar esta oportunidad de conocer Famailla, que así se llama el sitio, y hacer de severo juez de estas empanadas de carne cortada a cuchillo que son "de comer a piernas abiertas". Estas fueron las palabras literales del taxista. María ya se estaba bajando en marcha del coche en plan "ya me ha tocado el pervertido de Tucumán" cuando el hombre explicó que así se denominan cuando están tan jugosas que si estás sentado y le pegas un bocado, más vale que no tengas las piernas juntas justo debajo porque te vas a pringar.
Tras comprobar que, efectivamente, esas empanadas son buenas, jugosas y que más te vale comerlas "a piernas abiertas", seguimos ruta y comenzamos a subir el puerto de montaña. Un puerto precioso, pero con muchísima pendiente y muchísima curva. Discurre la carretera pegada a un río, siguiendo su cauce, y es precioso ver todo el monte lleno de árboles. Recuerda un poco al norte de España, a esas carreteras pegadas a ríos de Galicia, Asturias, etc, con una vegetación exuberante que casi crea un techo encima de ti.
Y, de pronto, así de buenas a primeras, ¡pum!, se acaba ese paisaje de bosque espeso para pasar radicalmente a monte pelado y meternos en Tafí, en mitad de un valle rodeado de estas montañas, peladas pero con unas formas curiosas, muy redondeadas, como si fueran dedos gordotes de las garras de un león. Para intentar ilustrarlo: tienen la forma de esos moldes de flan redondos de lados ondulados. Pues ahí, en medio de ese flan, está Tafí del Valle.
Nos hemos alojado en una casona antigua de una pareja que tiene dos hijas, que, a cambio de colaborar en tareas domésticas y de realizar trabajillos en la finca que rodea la casa, nos dan alojamiento y comida (a través de la plataforma Workaway).
Son una pareja maravillosa, muy amables, con dos hijas un poquito más pequeñas que los nuestros, pero la mayor, Guadalupe, que en diez días cumplirá 7 años, es simpatiquísima y se pasa todo el día recorriendo con David la casa y la finca, enseñándole las gallinas, los patos, las ocas... Y encima tienen un perro y dos gatos. David no puede pedir más a esta vida. Es feliz.
La casa es muy grande, antigua, como estas casas de pueblo de toda la vida que encuentras por España, de piedra y madera, y con un montón de anexos al cuerpo principal de la vivienda, de esos que parece que se van construyendo según los hijos se hacen mayores y tienen su propia familia. Esto es como el Macondo de García Márquez, o la Casa de los Espíritus de Allende.
En uno de esos anexos nos alojamos nosotros, y contamos prácticamente con nuestra propia vivienda, porque a partir de una puerta que podemos cerrar con llave salen tres habitaciones con su respectivo baño cada una. Podrían montar un hotel si quisieran. Y luego la vida común se hace con el resto de la familia en el salón y la cocina. Y cuando digo "salón" y "cocina" no penséis en nuestros salones y cocinas de pobre piso madrileño. Aquí ya te digo que esto es tipo estancia-rancho de las películas, y para haceros una idea de las dimensiones, dos veces al año organizan en la casa "Encuentros de tango", donde invitan a unas 100 personas a pasar un fin de semana para comer, beber y bailar tango en ese salón (despejándolo de los muebles, claro). Aquí todo a lo grande. Ya te digo que solo le falta que aparezca Jeremy Irons haciendo del patriarca Trueba de la Casa de los Espíritus.
El padre de la familia, Carlitos, es un cocinero de primera, y le gusta elaborar él mismo todos los productos de sus platos. Compra producto fresco a granel, en sacos enormes de frutas y verduras, que conserva en un arcón frigorífico enorme y va tirando de ahí para elaborar unos platos exquisitos. Es para ver el tamaño de los sacos de naranjas y limones, o los cajones enteros rebosando de tomates y plátanos.
Ayer estuvimos pasando la tarde sacando alubias y guisantes de sus vainas para prepararlos para la cocción. Y hoy hemos cocinado por partes una calabaza ¡de 12 kilos!
Lo que nos tiene maravillados es que también hace su propia pasta, ñoquis y salsas incorporándoles calabaza, o remolacha, o lo que pille. ¡Saborazo!
Y bueno, decíamos que es una casa antigua de pueblo y eso implica también (siempre hay un reverso en toda moneda, nada es perfecto) que si tienes unas habitaciones cerradas, como fue el caso de las nuestras, se convierten en neveras. Así que la primera noche dormí como si fuera Jesús Calleja en el Annapurna. Confesaré, para mi vergüenza, que esa noche dormí con dos pantalones (uno de ellos térmico, de los que tenemos para ir a ver unos glaciares), dos pares de calcetines de los gordotes, de los de ir de excursión con los Scouts, dos camisetas de manga larga (por supuesto, una era la térmica) y ¡gorro! Creo que nunca me había hecho falta dormir con un gorro puesto. Y a eso hay que añadirle el peso de una sábana y tres mantas. Y aún así...
Por el momento solo hemos estado realizando tareas domésticas (limpiar, cocinar, cuidar de las niñas...). Veremos cuando empecemos con los trabajos en la parcela, que muy de campo lo que se dice muy de campo no somos, que digamos. En fin, me imagino que eso sí que va a dar para otra entrada del blog.
Me encantan todos sus relatos!! Gracias por compartir la experiencia de este viaje maravilloso!!
¡¡Estamos deseando ese blog del campo!! de María y los niños no dudo, Diego.... ánimo que puedes con todo!! jaja!! Menuda experiencia!! Os vamos siguiendo y aprendiendo con vosotros. Mil besos a todos!!!!
Cómo me ha gustado leer, después de comer, la entrada de hoy,. Por un momento me he trasladado mentalmente a esas carreteras de Tafi del Valle... Cuando me he dado cuenta,, donde estaba era de vuelta al trabajo en Plaza Castilla, pero ese rato no me lo ha quitado nadie! Y qué alegría que estéis compartiendo tiempo y faena con tan amable famili.a. Desde luego que en las fotos se os ve de lo más integrados, y seguro que disfrutando de todo el aprendizaje y convivencia. Bss!