Volvemos a una dura realidad. Tras pasar un par de meses viviendo a lo grande por países tan económicos como Vietnam, Malasia, Tailandia y Camboya, hemos aterrizado en quizás uno de los países más caros del planeta. El golpe ha sido duro. De comer en restaurantes donde ni mirábamos el precio de lo que pedíamos, al arrocito casero con huevo frito; de los cómodos desplazamientos en taxi, a los horarios de autobuses, etc. ¡Ay!, añoramos nuestros tiempos de Bill Gates...
De hecho, Singapur no estaba en nuestros planes iniciales porque el alojamiento es prohibitivo, pero gracias a la plataforma Trusted House Sitters hemos podido quedarnos en una casa a cambio de cuidar de Marie, una preciosa gata muy cariñosa y parlanchina.
Singapur es pequeñito pero matón. Se trata de una "ciudad-estado", con una superficie inferior a la de la isla de Lanzarote, pero con casi 6 millones de habitantes. Enclavado estratégicamente para el comercio entre Asia Oriental, India, Europa y Oceanía, tiene una actividad comercial y financiera estratosférica (de ahí, esos precios).
Se respira riqueza y desarrollo desde que pones el pie en su impresionante aeropuerto, considerado el mejor del mundo, con restaurantes y tiendas fashion, jardines exuberantes con cascadas interiores de 40 metros de altura... Hay gente que dedica un día entero a hacer turismo por el aeropuerto.
Al salir del aeropuerto, sigues percibiendo que has llegado a la ciudad del futuro, por sus infraestructuras de tren y metro, las carreteras, los coches de lujo, los edificios... Es increíble como Singapur se ha desarrollado, consiguiendo combinar la tradición con una arquitectura y diseño urbano punteros.
La mayor muestra de este perfecto desarrollo urbano es el complejo de edificios de Marina Bay. Lo que décadas atrás fue una bahía de entrada al centro de la ciudad, lo han restaurado de tal modo que ahora alberga una exclusiva zona de hoteles, rascacielos que configuran uno de los skylines más bonitos que se puedan observar, futuristas salas de conciertos y representaciones teatrales, museos... etc.
Dominando la bahía está el famoso Marina Bay Sands, un complejo de edificios que sostienen en lo alto un techo-plataforma con forma de barco, y que albergan hotel, centro comercial, casino, restaurantes... Todo de lujo, de los de mírame pero no me toques.
Detrás del Marina Bay Sands se encuentran los Jardines de la Bahía, una gran extensión donde se han creado entornos naturales con variadas especies de árboles y plantas, diferentes ecosistemas con fuentes y estanques de diseño. Un jardín botánico a lo bestia, futurista.
Aparte de los diferentes tipos de jardines, tiene dos invernaderos gigantescos en dos edificios de vanguardia (similares a los de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, pero más grandes aún): el Flower Dome y el Cloud Forest. El primero es un despliegue de flores, árboles y plantas como nunca pensamos que veríamos juntos en un mismo espacio. El segundo, el Cloud Forest, es meterse en el mundo de Avatar, con selvas tropicales, cascadas, niebla artificial (en cualquier momento esperábamos ver aparecer a Jane Goodall con algún gorila de la mano).
En el centro de los Jardines se encuentran los "superárboles", unas gigantescas estructuras que soportan jardines verticales con unos dispositivos de captación de energía solar que al caer la noche la transforman en un espectáculo de luces que combinada con música rock y pop americana de los 60, 70 y 80 (música Kiss FM, para entendernos) hace las delicias de los centenares de turistas que allí nos congregamos.
Y de espectáculo de luz y sonido en los Jardines, nos vamos todos corriendo para no perdernos Spectra, otro espectáculo que cada noche da vida a unas fuentes instaladas en la bahía, las cuales juegan con el agua iluminada por luces y proyecciones láser en las cortinas que forma, y que junto con la música envolvente que resuena por toda la bahía produce una coreografía acuática que visualmente resulta sencillamente espectacular.
Este espectáculo, una de las atracciones imprescindibles de Singapur, se puede contemplar o bien desde el complejo Marina Bay Sands, de más cerquita, o verlo un poco más alejado desde la fuente del Merlión, otro de los símbolos de la ciudad. La música suena más lejana, lo que le quita fuerza, pero a cambio se puede ver todo el complejo de Marina Bay Sands iluminándose al ritmo del espectáculo.
El Merlión es un extraño animal con cuerpo de pez y cabeza de león. A estas alturas de Asia no nos vamos a escandalizar por ver una nueva figura mágica combinación de varias. Ya hemos visto elefantes de tres cabezas, demonios, dragones-serpientes... Representa por un lado la valentía y fuerza del león con el pasado pescador de esta ciudad y ha conseguido convertirse en la "mascota" del país.
A tan solo unas calles de este modernísimo complejo de Marina Bay, nos internamos en los orígenes de la ciudad de Singapur. Como gran puerto que fue (y sigue siendo), atrajo multitud de comerciantes y trabajadores de China, Malasia, India y Europa, que se fueron asentando por barrios, creando de esta manera el Barrio Árabe, Little India y Chinatown.
De estas tres zonas tan diferenciadas, nos llamó especialmente (sin hacer de menos a la impresionante Mezquita del Sultán del Barrio Árabe) la zona de Little India, por su ambiente y por sus templos hindúes.
No hacen falta mapas para saber que te has metido en Little India. Cruzas una calle, y de pronto te encuentras inmerso en Bombay (pero con la comodidad de Singapur). Los comercios, los vecinos, los restaurantes... todo es India. ¡Hasta los precios! Por fin pudimos atrevernos a poner el pie en alguna tienda no solo para mirar.
Meterse dentro del Sri Veeramakaliamman (magnífico templo, mejor contraseña) en pleno ritual de rezo es transportarte de lugar y tiempo. Por un momento, te olvidas realmente de que estás en Singapur en el año 2024, y te imaginas estar en mitad de Varanasi, viendo algún antiguo ritual ancestral.
Los sacerdotes, desnudos salvo por un paño atado a la cintura, con cara y cuerpo pintados de varios colores, llenos de collares y pelo recogido en un moño o suelto hasta la cintura compitiendo en longitud con su barba, lanzando ofrendas a alguna de las muchas estatuas de deidades que alberga el templo, mientras varias personas rezan fervorosamente, manos juntas sobre la cabeza, de pie algunas, de rodillas otras, e incluso postrados de cuerpo entero en el suelo. A todo este cuadro hay que añadirle el olor del humo de los inciensos así como el de los diferentes alimentos y bebidas que traen como ofrendas.
Dejamos Singapur y el calor tropical para volver a pleno hemisferio norte (hace más de dos meses que no conocemos más que un tórrido verano) y al fresquito de una de las culturas que más fascinación han creado en todo el mundo: la japonesa.
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Es una preciosidad. Aunque imagino que un poco apabullante..
Muy interesante, como siempre, esta última entrada de blog, No conocía la existencia en Singapur, de esos barrios diferenciados por culturas o religión. Gracias a vosotros, estamos pudiendo participar también, en cierto modo, en vuestro viaje alrededor del mundo.