top of page

Prost!

Salimos corriendo de la Galería de la Academia, despidiéndonos hasta la próxima del David buenorro de Buonarroti, para llegar hasta el piso de Pilar, decirles adiós precipitadamente a ella, a Pepita y a Pablo, coger las maletas y empezar a bajarlas por las escaleras a cámara rápida como en los mejores sketch de Benny Hill.


De camino a la estación iba yo gritando como el sargento de "La Chaqueta Metálica" a María y a los niños para que aligeraran el paso porque perdíamos el tren que tenía que llevarnos a Bolonia (a punto estuvieron entre los tres de enroscarme alguna de las maletas al cuello y lanzarme al fondo del río Arno).


Nuestro plan era tomar un cómodo tren de alta velocidad que nos dejara en Bolonia, donde pasaríamos noche para volar al día siguiente hacia Berlín (los vuelos desde esa ciudad son infinitamente más económicos que desde Florencia).


Lo que en un principio iba a ser un cómodo y sencillo traslado terminó torciéndose de mala manera. El hombre propone y Trenitalia dispone.


Con la lengua fuera (yo aún dando gritos) llegamos a la estación de tren de Santa María Novella con el tiempo justo para tomar el tren... O eso creíamos.


Nada más poner el pie en el andén nos percatamos de que algo no iba bien. Demasiada gente apiñada bajo las pantallas informativas para aquella hora de la noche, mirando más con resignación que con desesperación los retrasos de sus respectivos trenes. El nuestro para Bolonia contaba ya con una hora de retraso, y dando gracias, porque los había con hasta más de dos horas.


El misterio de tanto desbarajuste era que, debido al terrible calor de aquel día en toda Italia, una catenaria se había incendiado, provocando el caos en toda la red ferroviaria norte de Italia.


Nos sorprendió la actitud de la gente. Mientras que nosotros ya estábamos comprando un bidón de gasolina para terminar de prender fuego a lo que quedara de catenaria, el resto de pasajeros parecía sobrellevar este contratiempo con tranquilidad, como si estuvieran acostumbrados a que habitualmente ningún tren saliese o llegase a la hora prevista.


A pesar de ese retraso, aún nos daba tiempo a enlazar en la estación de Bolonia con el último tren directo hasta el aeropuerto, donde se encontraba el hotel que habíamos reservado para esa noche.


Cuarenta minutos de espera después, cuando ya estábamos mirando hacia el fondo de las vías esperando ver aparecer nuestro tren de un momento a otro, cambiaron los numeritos de las pantallas y, con un simple giro, ese 1 que marcaba una hora de retraso se convirtió en un 2 que nos condenaba a llegar a la una de la mañana a Bolonia (y en ese momento cruzábamos los dedos porque así fuera, porque a esas alturas nos podíamos esperar más retraso o incluso una cancelación, que a ver entonces cómo tomábamos el avión a Berlín).


Tras dos horas mordiéndonos las uñas y jugando a las cartas en Santa María Novella pudimos finalmente montar a las doce de la noche en ese tren de alta velocidad al que hubiéramos ganado de haberlo sabido tomando un autobús a las diez.


Llegamos a Bolonia Central cerca de la una de la mañana, donde una vigilante con ojeras esperaba este último tren del día para cerrar la estación detrás de nosotros (literal, con rejas y todo), dejándonos en una calle desierta e intransitada, sin taxis a la vista y mucho menos algún transporte público que nos llevara hasta el hotel, situado a unos 10 km.


Muertos de cansancio, pues ese día habíamos subido a 35 ºC la cúpula de la catedral y visitado por la tarde el David de Miguel Ángel, nos ponemos a llamar por teléfono a un servicio de taxi, y comprobamos que el italiano no es tan parecido al español como creíamos. Tras varios malentendidos con la telefonista de turno, decidimos buscar una aplicación de taxis (viva Steve Jobs) que milagrosamente nos manda uno con capacidad suficiente para nuestras abultadas maletas, que están las pobres a punto de desvencijarse tras un año de trotamundos.


Llegamos reventaditos al hotel a las dos de la mañana, teniendo que poner el despertador a las 7 para desplazarnos al aeropuerto y tomar el vuelo a Berlín.


Al final, llegar de Florencia a Berlín resultó ser uno de los desplazamientos más pesados que hemos tenido en todo este viaje.


Después de dos vuelos, un autobús y veinticinco paradas de metro, conseguimos finalmente llegar a nuestro nuevo apartamento en Berlín, donde nos esperaban Janneke y Shönra, dos gatas muy peculiares, pues ambas son tuertas y cada una tiene el ojo que a la otra le falta, así que si te miran las dos a la vez con las cabezas juntas se produce una imagen un tanto escalofriante que el cerebro intenta asimilar, como si se tratara de un solo animal de dos cabezas con tan solo dos ojos.




La dueña de estas peculiares gatas es de Jerusalén, de donde rescató a las dos gatas, que tienen la particularidad de ser una de Jerusalén Este y la otra de la parte occidental. No son muy buen ejemplo de reconciliación y convivencia, porque se llevan bastante mal, marcando su territorio y haciéndose la vida imposible la una a la otra siempre que pueden.


Es una casualidad que hayan pasado de una ciudad dividida a otra que es conocida por haberlo estado durante décadas por el infame Muro de Berlín, que afortunadamente se ha quedado hoy día en una mera curiosidad histórica.


Aparte de conservar algunos sectores del Muro como recuerdo histórico de aquella aberración, los berlineses han marcado con una línea de adoquines gran parte del antiguo recorrido por donde discurría.



Pegadita a esta línea divisoria se encuentra la Puerta de Brandeburgo, que se ha convertido en un símbolo de Berlín y de Alemania entera, por encontrarse en la frontera y haber sido el emplazamiento elegido para numerosos eventos, tanto para protestar contra el muro como para escenificar la reunificación de las dos Alemanias en 1990.



Uno de los puntos más turísticos relacionados con el Muro de Berlín es el Checkpoint Charlie, uno de los pasos fronterizos más famosos entre el sector americano y el soviético, donde aún se conserva el cartel que anunciaba "You are leaving the American Sector".


Este fue uno de los puntos calientes durante la Guerra Fría, donde militares americanos y soviéticos se miraban cara a cara rezando por que sus respectivos Presidentes se levantaran de buenas y que no tuvieran un mal día y se liara la Tercera Guerra Mundial. Hubo incluso algún episodio tenso en los que ambos bandos llegaron a sacar los tanques apuntándose los unos a los otros en este punto fronterizo, más cómo exhibición de fuerza que otra cosa, pero que nunca se sabe cómo puede acabar si alguien se pone nervioso.


Hoy día se ha convertido en un photocall para turistas, con la caseta de los centinelas, los sacos terreros y las fotos de un soldado americano y otro soviético con el uniforme de guardia fronterizo.



Hay un museo del Muro al lado de este Checkpoint Charlie, fundado hace 60 años y que nos tememos que no ha sido renovado en todas estas décadas.

El museo es interesante y merece un respeto por todo lo que en él se cuenta, acerca de la falta de libertad, no solo en el Berlín de la Guerra Fría, sino actualmente en muchas partes del mundo. Es una crítica contra todas las cárceles al aire libre en las cuales se convierten algunos países que no permiten la libertad de circulación de sus ciudadanos.



Es verdad que cuenta con muchas curiosidades e información sobre el Muro a lo largo de sus 28 años de historia (de 1961 a 1989), pero la exhibición es un poquito caótica y le falta el atractivo que hoy día tienen otras más modernas a la hora de exponer la información. Paneles de cartón hechos en los años 60 con letra minúscula y fotos desvaídas en blanco y negro, apelotonados en poco espacio y sin un orden claro.



Lo más llamativo de la exposición fue ver los diversos medios e ingenios que los ciudadanos inventaron para sortear el muro y escapar al lado occidental: dobles fondos en lugares impensables dentro de automóviles trucados, avionetas caseras hechas con piezas recogidas en chatarrerías, globos aerostáticos fabricados con diferentes telas cosidas manualmente, túneles excavados de cualquier manera y con materiales precarios, o fugas de la Alemania oriental a través del frío Báltico con equipos de submarinismo fabricados artesanalmente... Un sinfín de estrategias, todas ellas muy arriesgadas, que podían costar la vida o la cárcel a los que lo intentaban, muchos de ellos acompañados incluso de sus hijos pequeños.



Tanto la construcción del Muro como su caída ocurrieron repentinamente. De un día para otro los ciudadanos de Berlín y del mundo entero vieron como esta distopía se hacía realidad y máquinas bulldozers y grúas se ponían a trabajar para levantar estos bloques de cemento de cuatro metros de altura, con alambradas de espino y torres de vigilancia con guardias armados, separando de la noche a la mañana a familiares y amigos que vivían en el otro lado, y convirtiendo el Berlín Oriental en una claustrofóbica cárcel gigantesca.


Hemos aprovechado estos días en Berlín para mostrar a Marcos y a David algún documental sobre el Muro y los intentos de fuga que hubo para alcanzar la libertad. Algunas imágenes de seres queridos despidiéndose a ambos lados del Muro ponen los pelos de punta, al igual que ponen la piel de gallina las del reencuentro 28 años después.


Aparte de los documentales, les ha encantado ver Good Bye, Lenin y La vida de los otros. En un principio teníamos dudas sobre la conveniencia de que vieran estas películas, por su edad, pero ha sido un total acierto. Les gustaron y les han servido para hacerse una idea de lo que ocurría en Berlín y en toda Europa en aquellos años del Telón de Acero.


Da la impresión de que Berlín es una ciudad muy activa en lo cultural y en lo social, donde te encuentras manifestaciones artísticas y políticas en cada esquina, sobre la defensa de los derechos humanos y libertades, contra la tiranía de algunos regímenes: el tema palestino, Ucrania, Bielorrusia, China, etc. Suponemos que con semejante pasado de división, de control de la Stasi en esa RDA Socialista satélite de los soviéticos, con gran falta de libertades, es algo que tienen muy metido dentro.


Uno de los mayores sectores del Muro que se han conservado se encuentra en la denominada East Side Gallery.


Siguiendo la ribera del río Spree se encuentra este museo al aire libre, un largo tramo del muro conservado con el propósito de que artistas de diversas partes del mundo plasmaran en él sus dibujos. Algunos de los graffiti aquí expuestos se han convertido en símbolos de libertad y esperanza, con mensajes contrarios a la guerra y favorables a la unión pacífica de los pueblos.






Los amantes del arte callejero están de enhorabuena en Berlín. No solo se pueden encontrar murales en la East Side Gallery, sino que a lo largo de los diversos barrios de la ciudad hay fachadas y casas enteras decoradas con los más fantásticos graffiti que se puedan imaginar, llenos de color, expresividad y mucha imaginación.



En el límite de las dos Alemanias marcado por el Muro se encuentra el Mauerpark (Parque del Muro), donde aprovechamos para pasear por el mercadillo que montan cada domingo, con cosas muy chulas y variadas, de estilo hippie/underground, un Camden Town berlinés donde David consiguió un fantástico póster de la famosa gran ola japonesa con personajes de Pokemon sobrevolándola.


No solo está lleno de tiendas y food trucks sino también de muchísimas actuaciones musicales callejeras, alrededor de las cuáles se congregaban decenas de visitantes para disfrutar bailando y tomando el sol cervecita en mano.


Tomando el sol a intervalos, porque nos hizo un día muy loco en lo que al tiempo se refiere, y lo mismo estabas asado deseando quitarte toda la ropa como se nublaba y sin apenas avisar caía una tromba de agua veraniega que te dejaba calado y con más humedad asfixiante para cuando saliera el sol cinco minutos después.


Vimos también una iniciativa muy curiosa, muy del rollo de aquí, tan relajado y con ganas de pasarlo bien. Cada domingo se instala un hombre con un equipo de karaoke en un anfiteatro improvisado con bancales de piedra que hacen de asiento, y los asistentes que se atreven van pidiendo canciones y "deleitando" al público, que aplaude o se da a la bebida según la calidad del artista que ha saltado al ruedo.


Antes de que acabáramos viendo a Bob Marley montado en un dragón por el olorcillo que desprendían los "cigarrillos mágicos" de nuestros vecinos, seguimos nuestra ruta hacia vicios más acordes a nuestro gusto: la heladería "Hokey Pokey", al lado de este parque, es un imprescindible de esta ciudad, con un producto que no tiene nada que envidiar a los italianos.


Por si no nos bastara con el helado, continuamos nuestro propósito de volver a España dejándonos caer rodando Pirineos abajo entrando en "Prater", un típico Biergarten al aire libre, recomendado por un buen amigo que conoce bien esta ciudad, donde se puede comer en mesas al aire libre pidiendo en el autoservicio platitos ligeros tales como codillo con chucrut o unas buenas bratwurst, acompañadas de jarras de cerveza profundas como piscinas (la más pequeña era de medio litro). Esta ciudad bien podría denominarse Beerlín.




De la parte oriental de Berlín visitamos Alexanderplatz, centro neurálgico de Berlín cuya famosa Torre de la Televisión se ha convertido en un icono tan conocido como la propia Puerta de Brandeburgo.


En esta plaza se alza un curioso Reloj Mundial, de la época socialista de la RDA, construido en el mismo año que la Torre, suponemos que para demostrar al mundo su capacidad tecnológica, desarrollo y poder. Se trata de una estructura circular sobre un gran pilar (tiene forma de molinillo de oración tibetano gigante, por ayudar a visualizarlo). Este reloj está en permanente rotación, señalando con unas cifras enormes impresas la hora en diversas ciudades del mundo. Son todas ciudades del "lado bueno", como Moscú, La Habana, Beijing, Luanda... Ninguna del lado oscuro.



Desde Alexanderplatz nos dirigimos a Nikolaiviertel (Barrio de San Nicolás), pasando por el edificio del Ayuntamiento de Berlín, Rotes Rathaus, así llamado por el color rojo de los ladrillos de su fachada, decorada con relieves de escenas épicas por fuera y con espaciosas salas de altos techos a las que se accede por escaleras de mármol alfombradas por dentro.



En Nikolaiviertel destaca la iglesia que da nombre al barrio, la de San Nicolás. Originalmente, todo el barrio y la iglesia fueron los primeros asentamientos de la ciudad, en la Edad Media. Tras la II GM no quedó piedra sobre piedra y ha sido todo reconstruido intentando hacerlo lo más parecido a cómo era.



Hablando de destrucción por los bombardeos, han mantenido tal y como se quedó tras la guerra la Iglesia Memorial del Kaiser Guillermo, conocida ahora como "Iglesia del Recuerdo", una antigua catedral inmensa en el centro de la ciudad donde se bautizaba, casaba y enterraba a lo más granado de la sociedad prusiana.

Para no olvidar el desastre que supuso el auge del nazismo y la II GM, se decidió no reconstruirla y dejar tan solo la pequeña parte que quedó en pie, que se puede visitar e imaginar cómo fue en su momento el conjunto de la iglesia y hacerse una idea del poder destructivo de la guerra.





Si mucha gente sufrió las consecuencias del régimen nazi que condujo a aquella tremenda confrontación bélica, grupos étnicos minoritarios como los judíos sufrieron especialmente la persecución, secuestro y asesinato de su gente, incluso antes del comienzo de la guerra.



Conscientes de esta barbarie, Alemania reconoce y honra a las víctimas con monumentos como el Memorial de los Judíos asesinados en Europa, una tremenda explanada llena de cubos de cemento, como lápidas, que se van volviendo más grandes según te vas internando en él y hundiendo en su parte central más profunda.


Cada cual tendrá su propia interpretación de lo que este monumento representa, pero la nuestra, lo que hemos sentido al irnos paulatinamente hundiendo entre esas lápidas cúbicas gigantescas es algo así como que empiezas a adentrarte en algo que al principio no da miedo y pareces controlar, pero que según te adentras, sin percatarte, para cuando quieres darte cuenta estás metido dentro de algo que te sobrepasa y de lo que no puedes salir. Un auténtico laberinto, claustrofóbico y agobiante, donde se antoja imposible encontrar una salida.

Lo interpretamos como aquello que fue pasando desde que los nazis llegaron al poder. Pequeños y paulatinos cambios llevan de una situación del "bah, tampoco es tan grave" al horror de los campos de exterminio diez años después.


El Memorial cuenta también con un centro de información, pero nos aconsejaron que no nos metiéramos con los niños, por las imágenes tan duras que alberga.





Precisamente, desde Nikolaiviertel nos dirigimos al Barrio Judío, donde aparte de la sinagoga destacan una serie de patios de antiguos edificios y fábricas que ahora se han remodelado y recuperado para poner cafeterías, restaurantes y tiendas de los más pijín y caras, muy monas todas, y que se ha convertido en uno de los sitios más elitistas donde vivir en Berlín.


Destaca entre estos patios el Dead Chicken Alley, un callejón ocupado en su momento por un grupo de artistas underground del Berlín oriental tras la caída del muro y que ahora es una de las mayores atracciones turísticas de la zona, todo lleno de pegatinas, dibujos, composiciones y frases contraculturales.



Antes de ser ocupado por este movimiento artístico, en este callejón estaba el taller de Otto Weidt, un empresario alemán ciego que contrató a muchos judíos mudos, sordos y ciegos en su taller, y que suministró durante la guerra cepillos y escobas al ejército, siendo así clasificado como esencial y que consiguió evitar que sus trabajadores fueran enviados a los campos de exterminio durante los primeros años de la guerra.

Otto Weild fue reconocido posteriormente por Israel como "Justo entre las Naciones", máxima distinción que honra a los héroes que, sin ser judíos, ayudaron de manera altruista durante el Holocausto a sus víctimas. Hay una película documental sobre la vida de este hombre (Ein Blinder Held - Un héroe ciego).



La sinagoga está protegida por vallas y policías, y no era posible entrar a visitarla. Recuerdo que cuando la visité allá por el Pleistoceno no había tanta protección y pude entrar sin problemas. Imaginamos que este cambio puede ser debido a la situación actual en Palestina, o a los incidentes antisemitas que han ocurrido en los últimos años.


El Partido Nazi comenzó a tener carta blanca para acabar con la convivencia democrática a raíz del incendio del Reichstag un mes después de que ganara las elecciones.

Este incendio provocado, cuya autoría no se ha esclarecido, fue achacado a los comunistas por el Partido Nazi, lo que sirvió a Hitler como excusa para decretar un estado de emergencia que suspendió las libertades y devino en arrestos masivos arbitrarios de la oposición, que dejó vacíos sus escaños y permitió que se siguieran aprobando leyes favorables a la instauración de su régimen totalitario.


No fue hasta una vez reunificada Alemania cuando se aprobó (tras acalorado debate y por escasa mayoría) trasladar de nuevo el Parlamento de Bonn a Berlín, devolviendo al Reichstag su función de sede del poder legislativo. Fue entonces cuando se le encargó a Norman Foster rehabilitar el antiguo edifico del Reichstag para convertirlo en el actual Bundestag alemán.



De esta rehabilitación de Foster destaca especialmente la cúpula de cristal, que se puede visitar gratuitamente con reserva previa de hora, y donde, aparte de conocer la historia del edificio y del devenir de la política y parlamentarismo alemanes desde los tiempos de Bismarck hasta la actualidad, puedes ir contemplando a través del cristal la ciudad según vas ascendiendo la cúpula por una rampa helicoidal.




Y de la cúpula del Reichstag a la de la catedral de Berlín, la cual se encuentra en la denominada Isla de los Museos, una porción de tierra rodeada de dos brazos del Spree que se bifurcan y donde se concentran los museos más destacados de la ciudad.


Desde la Puerta de Brandeburgo se llega hasta esta catedral recorriendo la preciosa avenida Unter den Linden ("Bajo los tilos"), un maravilloso bulevar donde se concentran las principales instituciones y los edificios más señoriales de la ciudad.

Esta calle principal se quedó en el lado oriental tras la guerra, y ha conservado los semáforos típicos de la RDA con la imagen de esos muñecos verde y rojo característicos que se han convertido en todo un símbolo popular de Berlín, los Ampelmännchen ("hombrecillos del semáforo").




La Catedral Evangélica de Berlín, que fue destruida durante los bombardeos y no terminó su reconstrucción total hasta principios del siglo actual, es una maravilla a la que merece mucho la pena entrar.

El interior se encuentra ricamente decorado y con un bello órgano que tuvimos la suerte de escuchar acompañado de la voz de un tenor, durante los ensayos preparatorios de algún acto que tendrían previsto.





Bajo su suelo se encuentra la cripta de la dinastía de los Hohenzollern, uno de cuyos miembros, Leopoldo Estefano Carlos Antonio Gustavo Eduardo Tásilo (Leo, para los amigos), estuvo a punto de acceder al trono español tras la estampida de Isabel II en 1868. Pero este Hohenzollern (los españoles, con mucha guasa, decidieron llamarle Olé-olé, por la dificultad de la pronunciación de su apellido) no pudo finalmente reinar en España porque los franceses dijeron que hasta ahí podríamos llegar, por miedo a quedar atrapada en una pinza por la emergente y militarizada Prusia de Bismarck.


La subida a la cúpula fueron tan solo 300 escalones por una cómoda escalera. A estas alturas del viaje, tras todos los campaniles italianos, un tramo así lo subimos y bajamos sin despeinarnos.

Desde lo alto contemplamos una vista 360º del río Spree y de la ciudad, con la omnipresente Torre de la Televisión de la antigua RDA por un lado y el Reichstag con su cúpula de cristal, por el lado occidental.




Nos despedimos de Berlín y sus osos ("Bearlín", podría también llamarse) con lo que, gracias a la inmigración turca, se ha convertido en una de las comidas más sabrosas de Alemania, unos buenos kebab en la ambientadísima Kastanien Allee, en el establecimiento Rüyam, cuyas largas colas merece la pena aguantar por una de estas delicias.


Auf Wiedersehen!



1 comentario

1 Comment


José María Verdú
José María Verdú
Aug 20

Qué enorme cantidad de imágenes, reflejo de los sitios visitados en Berlín y sin embargo aún os han quedado muchísimas cosas por ver en una futura nueva visita!! El Grand Tour está tocando a su fin y en estos momentos, seguro que se os acumulan los recuerdos de los sitios que habéis visitado y las personas que habéis tratado! Sois la envidia de todos cuando se han enterado de esta vuestra aventura.

Like
bottom of page