Petronas a la vista
- Diego García García
- 5 mar 2024
- 5 Min. de lectura

Llegar a Kuala Lumpur tras haber pasado unos días en Vietnam fue volver a una cierta civilización conocida. Me explico: Tras estar diez días flipando en colores porque no hubiera más accidentes en el caótico tráfico de Hanoi, nada más montar en el taxi del aeropuerto de Kuala Lumpur (KL) nos dimos cuenta de que aquí la historia es muy distinta: autopistas en las que se respetan los carriles, semáforos a los que se les hace caso, peatones caminando por aceras despreocupados por que una moto les atropelle en cualquier momento...
Al llegar a nuestro nuevo apartamento, una vez que se nos cerró la boca de la impresión al averiguar que teníamos una maravillosa piscina infinita en la azotea desde la que se veían las Torres Petronas (las torres gemelas más altas del mundo, símbolo de KL y de Malasia entera) comenzamos a recorrer esta multicultural ciudad.
En Malasia cohabitan en armonía muchas culturas y religiones. El país es oficialmente islámico, pero la práctica budista e hinduista está muy presente. Incluso alguna Iglesia cristiana se encuentra, por la influencia de portugueses, holandeses e ingleses que consecutivamente se han ido disputando la hegemonía de estas tierras.
Lo primero que un buen turistón como nosotros tiene que hacer al llegar a KL es desplazarse a los pies de las Petronas. Estas torres gemelas, de día impresionan, pero de noche, extasian. Tienen una estudiada y preciosa iluminación que las hace asemejarse a unas brillantes joyas.
El parque desde el que mejor se contemplan las torres estaba de bote en bote. Turistas de todas partes y locales nos dimos cita en el KLCC Park (Kuala Lumpur City Centre Park) desde el que se toman las mejores fotos de estas espectaculares edificaciones (y si el lago de este parque tiene apagados los chorritos de sus fuentes, se ven en un reflejo perfecto).

Al día siguiente, derritiéndonos bajo los 32 grados con un 85% de humedad, visitamos la Plaza Merdeka (vale, en español no es el nombre más bonito). Se trata de un emplazamiento histórico donde en 1957 se declaró la independencia del país de la hegemonía inglesa.
La Plaza Merdeka es una gran explanada rectangular de hierba (a primera vista parece un campo de fútbol). En uno de sus lados se encuentra una gigantesca bandera de Malasia ondeando en lo alto de un enorme mástil (casi 100 metros de altura), en cuya base se encuentran diferentes placas conmemorativas con imágenes de ese momento histórico.
En uno de los lados largos del rectángulo se encuentra un fabuloso edifico de arquitectura clásica malaya (cúpulas de cobre, arcos islámicos...) ¡construido por los ingleses!... qué ironía.

Desde esta plaza (y desde media ciudad de Kuala Lumpur) se puede contemplar la Torre Merdeka, un rascacielos conocido como el KL118 por sus 118 pisos (casi 700 metros de altura). Es el más alto del sudeste asiático (el 2º del mundo tras el Bur Khalifa).

Como nuestra estancia en KL coincidió con la celebración del nuevo año chino (creo que llevan un mes entero celebrándolo), tuvimos la suerte de contemplar toda la decoración y los espectáculos que rodean a esta festividad.
No ha habido noche que no hayamos visto fuegos artificiales. De hecho, empezamos a cansarnos. Hemos pasado del "¡ohhh, qué bonito!" al "¿es que esta gente no duerme?"
También hemos podido disfrutar de las Danzas del Dragón tan espectaculares que realizan para festejar el nuevo año y desear prosperidad y buena suerte a lo largo del mismo. Igualmente, hemos pasado del "corre, corre, que por ahí se oyen los tambores" al "otra danza, ¿vamos? Bueno, espera que termine de ver a esta hormiguita llevando una miguita de pan y ya si eso...".

Una de las cosas más interesantes ha sido ver los templos budistas decorados para la ocasión. Especialmente atractiva resultó la visita al templo de Thean Hou. A su atractivo habitual se le ha sumado estos días toda la ornamentación del año nuevo (lámparas rojas con letras chinas amarillas por doquier, figuras de dragones y de todos los animales del horóscopo chino...), y la multitud de fieles que en estos días se acercan a rezar y a pedir buena suerte para el nuevo año.

Pudimos así observar rituales muy llamativos. Muchos se van acercando hasta los altares desde la calle dando grandes zancadas. Cada dos zancadas intercalan un ritual distinto: dos zancadas, junto las manos por encima de la cabeza y me inclino varias veces hacia delante y hacia atrás; dos zancadas más, me arrodillo, inclino la cabeza hasta besar el suelo, pongo las manos a los lados, primero palmas hacia arriba y luego palmas hacia abajo; me levanto, dos zancadas, y vuelta al ritual inicial... y así hasta llegar al altar, dos pisos más arriba una vez que entras en el templo.

Otro ritual llamativo es el de los creyentes pasando sus collares, relojes, cadenas, anillos... por el humo de las varitas de incienso. Imaginamos que con el ánimo de purificarlo o de bendecirlo (incluso vimos a uno ahumar las llaves del coche).
Por último, realizaban también un ritual que no habíamos visto antes y nos llamó mucho la atención. Se trata de coger unas varillas grandes de madera (como palos de polos helados gigantes) de un recipiente cilíndrico con un agujero en el centro. En ese agujero central se dejan caer a la vez en vertical todas esas varillas gigantes. Si al caer, alguna sobresale más que el resto, es la que se elige y se ve el número que tiene marcado. En el exterior de ese recipiente cilíndrico se encuentran multitud de cajones numerados. Buscas el número que el destino te ha designado, abres el cajón y lees lo que los dioses tienen destinado para ti. Medio galletita de la suerte medio horóscopo de la Cosmo. Por supuesto, ¡no nos pudimos resistir a este ritual!
Tampoco nos pudimos resistir a encender varillas de incienso, pero en este caso tuvo que venir una feligresa a nuestro rescate para avisarnos de que no se terminaban de prender nuestros palitos porque... ¡los estábamos prendiendo por el lado contrario! Ya nos vale. Debe ser como ver a alguien en una iglesia encendiendo un cirio por la base en lugar de por la mecha.
Y como decíamos al principio de esta entrada, es el país de las tres culturas: musulmana, budista e hinduista. En las afueras de KL puedes visitar el impresionante templo hinduista dentro de las Cuevas de Batu. Es uno de los más populares fuera de la India, que recibe peregrinaciones de creyentes de varias partes del mundo.
Lo más característico de este templo, aparte de estar dentro de unas cuevas naturales, es la gigantesca escultura de Murugan, la deidad a la que está dedicada el templo, de más de 40 metros.

La escultura se encuentra a modo de guardián del templo a los pies de la característica escalera multicolor de casi 300 escalones (en todos los templos que visitamos parece que si no llegas con la lengua fuera a los santuarios, no tiene mérito) que te lleva hasta lo alto de la entrada de la cueva. Durante el ascenso te puedes entretener mirando los monos que habitan por los alrededores mientras recuperas el aliento .
Una vez arriba, con gran sentido comercial, encuentras puestos de venta de botellas de agua, refrescos, souvenirs... (lo espiritual no tiene que estar reñido con lo mundano).
Pasados estos puestos, encuentras en lo más profundo de la gigantesca cueva diversos templos donde se concentran los feligreses para rezar junto con los sacerdotes: rapados, descalzos y con esa vestimenta naranja característica de una sola pieza que les deja un hombro al aire. Estos monjes dirigen la oración con sus cantos mientras lanzan flores y ofrendas a la deidad representada en una escultura sobre un altar mientras los creyentes juntan las manos sobre sus cabezas, recitan sus plegarias y queman incienso en pebeteros.
Ahora toca volver a hacer maletas y explorar un poco el resto del país, a ver qué nos encontramos.
