Japón sigue sorprendiendo por su estilo propio y particular. Todo está inmaculado y la gente no puede ser más atenta y amable. Nos están malacostumbrando. No vamos a poder ver un papel tirado por el suelo o no entenderemos que no nos den la bienvenida al unísono con tono cantarín todos los trabajadores de una tienda al entrar. Es llamativo que en un país tan poblado se le dedique tanta atención al otro. Se respira amabilidad y respeto.
Osaka es una de las ciudades más importantes del país. No está tan poblada como Tokio, pero tampoco es que vayas precisamente solo por la calle.
La mejor opción para llegar a Osaka desde Tokio es el Shinkansen (el tren de alta velocidad), puntual como solo los japoneses lo son, y que te deja en dos horas y media en el centro de Osaka tras recorrer confortablemente los 500 kilómetros que separan ambas ciudades.
No solo el Shinkansen es la mejor opción por su rapidez y comodidad, sino que también permite aprovisionarse en la estación de dos de los manjares que confesamos haber repetido más de una vez durante nuestra estancia: los dumplings de la cadena 551 Horai y la tarta de queso de Rikuro, la más suave y esponjosa que puedas probar. Que no te desanimen las largas colas, pues pasan rápido y compensa la espera.
Además, mientras estás en la cola de Rikuro, salivando pensando en tu tarta de queso, las trabajadoras escenifican en cada hornada un espectáculo que entretiene la espera. Las tartas salen recién hechas en tandas de dos bandejas que contienen 6 unidades cada una. En ese momento, una especie de pastelera-jefa comienza a "bendecir" las tartas a toque de campanilla en una mano mientras que con la otra va marcando con un hierro candente el símbolo de la casa en cada una de ellas, todo eso mientras dirige un cántico tipo "oración" que el resto de trabajadoras va repitiendo a coro sin dejar de realizar sus tareas. El resultado es espectacular. Es como comer una nube esponjosa.
Y para seguir disfrutando de todo tipo de comidas japonesas especiales, nada mejor que asomarse al mercado de Kuromon, lleno de puestos de comida tan variada que a veces no estás seguro de qué es exactamente lo que venden: tempuras de pescado y verduras, sushi, carne de Wagyu cocinada a la plancha en el momento... Imposible escaparse sin probar alguna de estas delicias, pues los olores te despiertan inevitablemente el apetito aunque te acabes de terminar la última porción de tarta de queso.
Con la tripita llena es más grato subir la cuesta que lleva hasta el imponente Castillo de Osaka, uno de los imprescindibles de Japón, rodeado de un enorme foso protector a cuyos lados florecen los cerezos en un largo pasillo que te produce el efecto irreal de estar paseando por una película. El castillo en sí es simplemente espectacular, de los que dejan con la boca abierta.
Si la subida al Castillo te baja la comida del mercado de Kuromon, hay que ir a reponer fuerzas a Dotonbori, la famosa calle del centro de Osaka donde se concentra todo el ambiente de la ciudad con sus restaurantes, tiendas, y llamativos neones y carteles publicitarios, a cual más original, como el famoso Glico Running Man, gigantesco cartel publicitario luminoso que ha estado brillando en Dotonbori durante los últimos 85 años (el Tío Pepe de la Puerta del Sol japonés) anunciando la marca de productos de confitería Glico (los de los palitos de galleta Mikado, entre otros productos).
Lo que no es recomendable es ir con la tripa muy llena al Parque de Universal Studios Japan de Osaka, porque vas a dar más de una vuelta y dos en las chulísimas atracciones que allí se encuentran.
La verdad es que María y yo íbamos por los niños, por compensarlos por todo "el rollo cultural" de templos que se han tragado de aquí para allá por toda Asia, donde han aguantado como campeones. Pero al final nos gustó tanto o casi más que a ellos.
Decididos a aprovechar al máximo el día y evitar mucha gente, nos dimos un buen madrugón para plantarnos ¡2 horas antes de la apertura! (y no fuimos los primeros, ni mucho menos). Afortunadamente, abrieron las puertas una hora antes de lo previsto oficialmente (ya habíamos oído que es práctica habitual) y eso nos permitió disfrutar rápidamente de las primeras atracciones sin mucha cola, porque más tarde el Parque se llenó y ya hubo que tomarse el día con paciencia. Por suerte, te ponen mucho entretenimiento durante todo el recorrido de la fila para que se te haga más liviana la espera (vídeos, imágenes, decorados...).
Nos encantó la recreación que tienen del Castillo de Hogwarts y del pueblo vecino de Hogsmeade, recreando fielmente las descripciones de los libros de JK Rowling, donde puedes visitar la oficina de correos llena de lechuzas mensajeras o tomarte una cerveza de mantequilla en "Las Tres Escobas".
Pudimos también confirmar que a David le gustan las emociones fuertes, pues fue él el que propuso subir a una endemoniada montaña rusa que no podía tener más loopings, caídas, y giros en todas las direcciones posibles: una auténtica centrifugadora humana.
La atracción que se llevó nuestro Galardón por unanimidad fue el Super Mario Kart, un túnel en el que mediante unas gafas futuristas consiguen que te sientas realmente dentro del propio videojuego.
Para cerrar el día, acudimos a un espectáculo donde, con el corazón en un puño y sin respiración, presenciamos una escenificación de la película Waterworld, llevada a cabo por especialistas de cine, llena de saltos, acrobacias, explosiones, carreras, peleas... Una auténtica película en directo de muchísima acción concentrada en treinta minutos en la que se juegan el tipo cada día.
Para reposar de tanta acción y recuperar el sentido de la verticalidad tras la montaña rusa centrifugadora, nos dirigiremos a continuación a la tranquila y cercana población de Kioto, famosa por sus muchos templos, jardines y palacios, así como por haber sabido combinar como ninguna la cultura ancestral japonesa con la modernidad.
Os faltó una cosa, muy española, en Osaka, una muleta para torear el dinosaurio,
Un abrazote, lo pasamos muy bien. leyendo vuestras "aventuras"