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Kioto

A tan solo 50 kilómetros de Osaka se encuentra la preciosa ciudad de Kioto, famosa por la belleza de sus múltiples templos, jardines y palacios, así como por la conservación de barrios tradicionales como el de Gion, donde aun se pueden encontrar geishas y maikos (aprendices de geisha) por sus estrechas y empedradas callejuelas.


La pena es que llegamos a Kioto con un número de días claramente insuficiente para ver todo lo que tiene, así que tuvimos que elegir.


Uno de los lugares que no queríamos perdernos era el bosque de bambú de Arashiyama, a las afueras de Kioto, donde varios senderos permiten a los múltiples visitantes que acuden a este lugar disfrutar de un entorno cargado de magia, con gigantescos bambúes centenarios que alcanzan alturas de hasta 25 metros los más altos, provocando una luz verde esmeralda por todo el recorrido.




Otro de los imprescindibles es el santuario de Fushimi Inari Taisha, ubicado a los pies de una montaña a la que se llega muy fácilmente en tren, a tan solo cinco minutos del centro de Kioto.


Nada más salir de la estación te recibe un gigantesco torii color rojo característico de este santuario, a modo de puerta de entrada. A partir de este primer santuario principal, parten varios senderos hacia la cima de la montaña que, enmarcados bajo miles de torii a modo de túnel, te van llevando hacia santuarios más pequeños.


Se estima que a lo largo de todos los senderos, puede haber unos 32.000 torii, que suelen ser donados por alguna empresa o comerciante, pues Inari era la Patrona de los Negocios. De este modo, esas letras japonesas grabadas en cada torii, que tan bonitas nos parecen a los turistas y que solemos pensar que son plegarias, rezos o complicados mensajes a los espíritus ancestrales, son realmente el nombre del donante, así que significan algo así como "El Corte Inglés", "Embutidos López" o "Pescaderías Fernando VI", pero en versión japonesa.



Aún así, este dato no le quita ni una pizca de grandeza a uno de los santuarios más curiosos que se puedan ver y que se hizo mundialmente conocido especialmente tras la grabación de la famosa escena de la niña corriendo a través todos esos torii rojos en "Memorias de una geisha".





A media distancia entre Kioto y Osaka se encuentra Nara, una magnífica excursión a una pequeña población famosa por albergar algunos de los templos más bonitos de Japón y por la multitud de ciervos que corretean por sus calles (mensajeros de los dioses, ni más ni menos, según la tradición sintoísta) pidiendo comida a los turistas como si no hubiera un mañana (mejor no sacar el almuerzo delante de ellos).



Hay tantos templos en Nara que hay que elegir cuáles visitar y cuáles dejar para mejor ocasión.


Uno de los imprescindibles es el Templo Todaiji (literalmente, "Gran Templo del Este"), el edificio de madera más grande del mundo (y eso que es una réplica un tercio menor que el original, que se perdió en un incendio).



Para llegar al templo Todaiji es necesario pasar por la enorme puerta de madera de Nandaimon, custodiada a ambos lados por estatuas de idénticas dimensiones de dos fieros guardianes.



Todaiji alberga en su interior el Daibutsuden, una gigantesca estatua de bronce de Buda de 15 metros de altura (tan solo la mano de esta estatua es del tamaño de una persona).



Además del Daibutsuden y de las muchas otras estatuas de grandes dimensiones del interior del templo, una de las cosas que más atrajo nuestra atención fue uno de los pilares que aguantan la estructura, con un estrecho agujero en la base que lo cruza de lado a lado, y por el que niños y adultos delgaditos intentan pasar a través, pues cuenta la leyenda que el que lo consiga será bendecido con la iluminación.


Marcos y David están ya iluminados, pues lo consiguieron sin problemas. María hubiera pasado, pero la presión de todo el mundo mirando pudo con ella. Yo fui consciente de que la idea que que cupiese por ahí era similar a la de la imagen del camello por el ojo de la aguja.



Hubo adultos que lo consiguieron. Hubo adultos que consiguieron recular a tiempo y rectificar antes de sufrir una humillación pública. Y hubo un colegio de niños donde pudimos comprobar que cuando los profesores japoneses se proponen algo, lo consiguen, pues había un escolar, digamos "fuertecito", que no había manera de que pasara. Estaba el pobre chico ya con lágrimas en los ojos, medio atascado, que nosotros pensábamos que tiraba el pilar y con él detrás el techo del templo, pero ahí los profes, que son tercos como mulas, le obligan a quitarse la camisa y los zapatos, le dejan en camiseta con todos los "músculos" al aire, y empiezan dos a empujar de un lado por lo pies y otros dos a tirar de las manos del chaval por el otro lado. Un espectáculo que por piedad no nos pusimos a fotografiar ni grabar, pero que fue de lo más entretenido. Ahí estábamos todos los turistas mirando, palomitas en mano, y haciendo apuestas de si lo lograban o no o si se nos caía el templo sobre nuestras cabezas. Final feliz, pues el chico, entre empujones y tirones de sus profesores, pasó por el agujero, y no solo recibió la iluminación de Buda sino el aplauso de todos los compañeros de clase y los mirones que allí nos congregábamos, que ya empezábamos a estar un poco apurados por la integridad física y mental de este chico.


No muy alejado del Todaiji, se encuentra el santuario de Kasuga Taisha (truco para diferenciar un templo de un santuario: si hay Buda, es templo budista; si no hay Buda y tiene torii a la entrada, santuario sintoísta).


Kasuga Taisha es de los santuarios más antiguos de Japón (siglo VIII), y fue de otro poderoso clan de la época feudal japonesa, los Fujiwara.


Está rodeado de mucha naturaleza, por lo que es muy bonito caminar hasta él. Además, todo el camino está flanqueado por cientos de linternas de piedra (denominadas toro), cuya función es iluminar el camino (física y metafóricamente hablando). Una vez en el interior destacan asimismo unas lámparas colgantes de bronce, puestas en filas larguísimas unas detrás de otras, dando un efecto mágico a los pasillos del santuario, en cuyo centro se encuentra un imponente árbol centenario al lado de un austero pero precioso jardín japonés, de los que no tienen nada salvo gravilla bien colocada en sinuosos surcos con un rastrillo, pensado para poder contemplarlo y que permita a la mente quedarse en blanco y por tanto, calmada.




Dejamos muchas cosas pendientes de ver en Kioto. Se nos juntó el poco número de días que teníamos reservados a esta ciudad con la fuerte lluvia que cayó el día anterior a nuestra partida, lo que complicó nuestro turisteo pero no impidió que visitáramos el Pabellón Dorado del templo Kinkaku-ji, famoso tanto por sus tejados recubiertos de pan de oro como por el cuidado estanque ornamentado que lo rodea, donde están puestos con sumo detalle una gran cantidad de elementos para embellecer el entorno, tales como islas artificiales, nenúfares, bonsáis, etc. El estanque recibe el nombre de "Espejo de agua", por el reflejo perfecto que en días soleados y sin viento se consigue del Pabellón Dorado (obviamente, ese día nos quedamos sin reflejo).



Llega el triste momento de la despedida del país del sushi y las gyozas. Nos movemos ahora al país vecino... pero con un océano de por medio: Estados Unidos.


1 comentario

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José María Verdú
José María Verdú
May 11

María y Diego es increíble el trabajo tan magnífico que estáis realizando con las entradas de este blog, el gran detalle y la enorme documentación que proporcionáis, las magníficas fotografías que ilustran los textos…una gozada! Me maravilla vuestro tesón y entusiasmo porque tenéis que coordinar infinidad de cosas, los trayectos, las diferentes casas, compras, rutas, estudios de David y Marcos, etc., etc. y ya lleváis casi ocho meses haciéndolo! Un abrazo fuerte

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