¡Cambiamos de continente! Hala, así, como quien se va a Segovia. Hemos salido de Santiago de Chile en un vuelo directo a Auckland, ya en el continente oceánico.
Pero antes de recibir el hospitalario Kia Ora maorí, tuvimos que "sufrir" el Hasta Luego del aeropuerto chileno. Algún lumbreras ha decidido que si ya podemos escanear la compra del súper en la caja rápida y que si somos capaces de encontrar la estantería Köppang en Ikea, también podemos facturarnos nosotros mismos el equipaje. El futuro ya llegó al aeropuerto Arturo Merino de Chile.
Dos adultos desfasados, perdidos de madrugada con dos niños y cuatro maletones sin mayordomos, escuchamos ojipláticos cómo tenemos que acudir a unas máquinas sin sentimientos, introducir nuestro código de reserva e ir siguiendo los "sencillos" pasos para obtener las etiquetas del equipaje, que luego, dejando los abrigos y mochilas en el suelo o en brazos de los niños, deberemos empezar a pegar, cada uno como mejor lo entienda y donde pueda.
Tras acordarme de Arturo Merino, Pablo Neruda, Iván Zamorano y todo chileno que pudo pasar por mi mente, me dirigí echando humo por la nariz a los mostradores de facturación con mi equipaje ya etiquetado. Pues bien, aún no había acabado el check-in Ikea.
Al llegar, no te recibe el amable personal de Latam, sino un frío escáner y otra pantallita que empieza a darte órdenes: que si sube el equipaje, que si bájalo que está mal colocado, que si soy feo... Tras luchar a brazo partido con el escáner y la pantalla, con dos rechazos de equipaje, incluyendo un "se ha excedido 700 g. del peso máximo" y tener que poner a dieta una de las maletas para engordar otra (otra vez tirados por el suelo en medio del aeropuerto, con dos niños cargados de abrigos y mochilas mientras sus padres no hacen más que cambiar ropa de un sitio a otro diciendo por la boca todas aquellas palabras que en casa les prohíben) conseguimos por fin que el "Hal 9000" chileno nos acepte el equipaje.
Santiguándonos porque hayamos pegado bien las etiquetas y no aparezca nuestro equipaje en Kuala Lumpur, nos podemos dirigir felizmente a las puertas de embarque. Por cierto, ya no nos va a parecer lejos la T4 Satélite de Barajas. Estas puertas de embarque no están ya en una terminal satélite, sino directamente fuera del sistema solar. Entre la distancia (fácilmente a más de un kilómetro) y los controles de seguridad, tardamos una hora en llegar (más la hora de lucha por facturar el equipaje... Menos mal que fuimos con tiempo).
Al menos, al ser la noche de Halloween, se nos amenizó todo un poco. No tuve que enfadarme con dos empleados con aburridos uniformes de Latam, sino que pude discutir los inconvenientes de la auto-facturación con Blancanieves y Darth Vader, lo cual es una de las pesadillas más recurrentes de los viajeros compulsivos en los divanes de los psicoanalistas.
Y durante la maratón hasta las puertas de embarque pudimos cruzarnos con piratas, Mario Bros, brujas tuertas e incluso de otros disfrazados de pilotos (que poca imaginación). Teníamos la sensación de estar en un mundo surrealista de Dalí. Si lo piensas bien, es muy raro encontrarse en el aeropuerto de Santiago de Chile a las 12 de la noche, rodeados de Spidermans, Super Girls y momias varias.
Y en el vuelo siguió el mundo de fantasía. El personal de Latam se vistió para la ocasión y poca gente puede decir que le haya podido pedir a un villano de Marvel la opción de tortilla francesa con zumo de naranja, por favor.
Otra curiosidad del vuelo es que al viajar hacia el oeste y cruzar la línea divisoria del cambio de día, despegamos el martes 31 de octubre y aterrizamos el jueves 2 de noviembre (estas cosas a mí me flipan, y mi cabeza aún lo está procesando). Hemos pasado de vivir cuatro horas por detrás de la hora española, a vivir 12 por delante, así que nosotros nos estamos acostando un viernes mientras que nuestras familias se levantan para afrontar ese mismo día que nosotros acabamos de pasar.
Una vez que me soltaron los grilletes tras prometer que no me iba a poner violento de nuevo exigiendo que me enseñaran el condensador de fluzo que nos transportaba un día hacia el futuro, el vuelo fue muy placentero. Y entre algún sueñecito que pudimos echarnos, las comidas servidas por Pocahontas o Batman y toda la oferta que hay de películas y series (10 capítulos de Friends que pude meterme entre pecho y espalda), el vuelo de 12 horas pasó rápido.
Al llegar a Nueva Zelanda te reciben con un estupendo Kia Ora, que es el saludo de bienvenida maorí, que es preferible al "hasta la vista", que es Ka Kite Ano (sin comentarios).
Por el momento solo llevamos un día en Auckland, y hemos tenido muy buena impresión de los neozelandeses (que se autodenominan kiwis, por la característica ave única que habita en estas tierras). Nos han tratado bien hasta los policías de inmigración del aeropuerto, que no suelen caracterizarse por su afabilidad en otras partes del mundo.
Así que comienza nuestra segunda gran parte de este viaje, ¡el Territorio Kiwi!
Al ver el título, por un momento pensé que una conocida marca de coches os estaba patrocinando el blog! Vaya estancia surrealista en el aeropuerto! Luego sólo os acordaréis de la parte divertida!! Bss!
Me pongo en vuestro lugar, ja, jaja, con cuatro maletones y el estrés del viaje…En Barajas también tienes que hacer auto checking pero al menos hay un ser humano en el mostrador al lado de las cintas en las que depositas el equipaje.
Como recompensa acabáis de iniciar otro capítulo en vuestro viaje de aventuras, nada menos que en Nueva Zelanda!!!!
Esperamos ansiosos los nuevos capítulos en la tierra de los kiwis!!!