Hace poco más de un mes que bajamos del autobús en esta desconocida ciudad de Dunedin y hemos tenido la oportunidad en este tiempo de poder conocerla un poquito mejor.
Aquí va una entrada histórica erudita. Ajustaros los anteojos, alumbrad el candil y disfrutad del nacimiento de esta joven ciudad.
Descubrimos, gracias al "Museo de los Colonos", que Dunedin llegó a ser la Number One de Nueva Zelanda. Este museo cuenta la historia de la ciudad, desde las primeras tribus maoríes que moraban por la península de Otago hasta la actualidad.
Europa no puso los ojos en Nueva Zelanda hasta finales del siglo XVIII, cuando James Cook regresó a Reino Unido de una de sus expediciones y contó a su Graciosa Majestad que allá lejos, muy al sur, había ballenas a mogollón, y que con unos buenos barcos arponeros y un poco de apoyo logístico y abrigos tendrían asegurado el suministro de aceite de ballena, tan necesario en la época, entre otras cosas para el alumbrado de lámparas (una especie de petróleo de la época).
Así que, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX comenzaron a llegar colonos europeos a Nueva Zelanda, con la idea de encontrar trabajo en las nuevas industrias, o de fundar ciudades y encontrar las oportunidades de enriquecerse que en Europa se antojaban más que difíciles.
Inevitablemente, se produjeron enfrentamientos con los maoríes. Y como la guerra no es buena para el negocio y los ingleses siempre han sido muy apañados en estas lides, la Corona Británica consiguió que en 1840 se firmara un Tratado con los jefes de las principales tribus maoríes para conseguir la explotación del territorio y sus recursos de una manera ordenada y legal, a cambio de paz, protección y prosperidad (no sé yo si la traducción del Tratado del inglés al maorí fue adecuada o si no les quedó más remedio que firmar, porque de entrada muy equilibrado entre las partes no parece. Un poco mafioso: "Me das lo que tienes a cambio de protegerte... de mí"). Fue el Tratado de Waitangi, y se considera un documento fundacional de Nueva Zelanda (bajo el Imperio Británico, of course).
Poco años después, en 1848, tras casi seis meses de viaje, que se dice pronto, llegaron desde Escocia a las costas de lo que más tarde sería Dunedin el "John Wickliffe" y el "Philip Laing". Estos dos barcos trasladaban a miembros de la Iglesia Libre de Escocia (una rama escindida de la Iglesia de Escocia) con la idea de crear de cero en estas nuevas tierras una comunidad regida por reglas basadas en sus creencias (algo así tipo la llegada de los Peregrinos del "Mayflower" a las costas de América del Norte).
Es increíble si te paras a pensar que unas pocas familias se embarcan a mediados del siglo XIX en un viaje de seis meses de duración, con todo el peligro que un viaje en el mar supone en aquella época, para llegar a la otra parte del mundo, a 18.000 km de tu casa, y empezar una nueva vida basada en tus principios morales y religiosos. Debe ser algo así como si nos diera al grupo de Yoga por irnos a fundar nuestra propia comunidad a Marte, con nuestras propias reglas Namasté.
En un primer momento la llamaron "Nueva Edimburgo", pero debía de ser tal el furor escocés de esta gente que pronto optaron por "Dunedin", que es el nombre de Edimburgo en gaélico (Dùn Èideann). Aún hoy día se puede percibir en la ciudad esta ascendencia y cultura escocesas: tienen bandas de gaiteros, el equipo local de rugby son los Highlanders y su emblema es una figura que lleva puesto un tartán y sujeta espada y escudo a lo Braveheart esperando cara al viento al ejército inglés.
Pero poco le iba a durar a esta comunidad religiosa su recogimiento y sus normas propias. Diez años después, colonos europeos descubrieron oro en esta zona de Otago, y para qué quieres más ("Gold? - debió exclamar su Majestad Victoria. Everybody pa' llá").
La fiebre del oro atrajo a multitud de trabajadores y colonos provenientes de América, Asia y Europa, originando un tremendo desarrollo económico. Toda esa gente alrededor de la industria del oro iba a necesitar ropa, alimentos, casas... y también mucha cerveza (Se crearon muchas destilerías en Dunedin, de donde salió el mayor porcentaje de litros de cerveza de toda NZ).
Su época dorada fue a finales del siglo XIX y principios del XX, donde se construyeron los principales edificios públicos, estilo Victoriano: el ayuntamiento, las catedrales y la estación de tren, estilo King's Cross o Victoria Station en Londres, pero con los colores de las piedras locales.
Tras la Segunda Guerra Mundial comenzó a bascular la industria y el comercio neozelandés hacia las ciudades de la isla norte, principalmente Wellington y Auckland, dejando atrás en el ranking a Christchurch y Dunedin en la isla sur. Aún así, Dunedin consiguió mantenerse a flote (En 1964 vinieron a tocar aquí los Beatles, signo de que mantuvo su relevancia).
Actualmente Dunedin es una ciudad tranquila pero bien desarrollada, con su industria agrícola, ganadera y también de la construcción y tecnológica, así como un desarrollo en el mundo del arte y de la publicidad.
Es un buen sitio para vivir, con teatro, cines, bibliotecas, campos de deportes... etc, y una surtida oferta de cafés y restaurantes. Porque nos pilla a desmano de todo que, si no, es para plantearse empezar a mirar casas por aquí.
Ya nos vamos de Dunedin, rumbo a la isla norte, pero os dejamos algunas fotos y vídeos de las últimas excursiones que hemos hecho por esta zona:
En primer lugar, nuestro principal entretenimiento durante las fechas navideñas: la visita a la decoración "papanoélica" de casas particulares. A través de facebook hemos podido localizar las ubicaciones de estas llamativas casas que los propietarios muestran con orgullo. Algunos incluso permiten pasear por su jardín para que puedas admirarla mejor, y los más amistosos hasta ofrecen galletas a los niños y cháchara a los adultos para explicar todos y cada uno de los detalles de su obra, que, guste más o guste menos, hay que admitir que es un trabajazo.
El otro pasatiempo ha sido realizar diferentes excursiones por las inmensas playas oceánicas que bordean Dunedin. Dos de las más destacadas son Tunnel Beach, que recibe el nombre por un característico arco excavado por la erosión en la roca que forma un túnel y Boulder Beach, conocida por la peculiar forma de unas rocas gigantes en la arena, totalmente redondas como balones, que parecen artificiales, como puestas por alienígenas, de lo redonditas y pulidas que están.
Otra excursión reciente que realizamos fue a un inmenso bosque poblado de helechos gigantes y de vegetación exuberante, en el que nada más entrar, debido a la espesura de los árboles, la temperatura desciende 10 grados y parece de pronto que se ha hecho de noche. Lo curioso es encontrar un bosque tan salvaje (en el que parece que te vas a encontrar en cualquier momento a una pantera) tan pegado a la ciudad.
Subimos junto con nuestra perra Dobby una cuesta tremenda, remontando el curso de un río, hasta la cascada Nicols Falls. Al final de la ascensión, la perra no fue la única que acabó con la lengua fuera tocando el suelo.
Y no nos podemos despedir sin enseñaros fotos y vídeos de uno los animales más simpáticos que habitan la península de Otago: el pingüino azul, la especie de pingüino más pequeña del mundo. A pocos kilómetros de Dunedin, en un extremo de la península de Otago, se encuentra Pukekura, donde cada atardecer de los meses de cría regresan a la playa los machos de esta especie de pingüino, que se han pasado todo el día en el océano pescando para regresar a sus madrigueras en la playa y dar de comer a sus polluelos regurgitando la comida que almacenan en su estómago (uhm, qué rico).
Son tan pequeños e indefensos, especialmente en tierra, donde se manejan tan mal, que esperan a que sea de noche para no estar tan expuestos a sus depredadores, y salen en grupos numerosos del agua, todos a la vez. Se ve una línea negra en el mar acercándose a la orilla, como si fuera un animal grande, pero se trata de un grupo de estos pingüinos, que al llegar a la orilla comienzan uno a uno a salir del agua. Se reagrupan, miran para derecha e izquierda asegurándose de que no hay peligro, y entonces salen corriendo patosamente hacia la zona arbolada, recorriendo esos 100 metros de playa con el corazón a mil rezando por que no les ataquen en ese momento de máxima vulnerabilidad.
Una vez que llegan a la vegetación, ya respiran tranquilos y empiezan a emitir alaridos en plan "Cariño, ya he vuelto", y desde la madriguera reciben otro alarido similar que imagino que querrá decir algo así como "ya era hora, todo el día que llevo aquí metida con estos monstruos de hijos tuyos que no me dejan vivir". Ante esta bienvenida, el pingüino macho vacila durante un segundo si seguir camino a casa o volver al océano donde solo tendrá que enfrentarse a tiburones y leones marinos.
Se denominan pingüinos azules porque son los únicos que tienen un plumaje azulado en lugar de negro. Son muy monos, de unos 30 cm de altura y verlos correr y moverse es de los más enternecedor.
Que gozada leerte María.
Que gozada leerte María .
¡Qué pena que se acabe vuestra estancia en Dunedin! Debe ser un sitio fantástico para vivir, según contáis y por las imágenes que acompañan el relato. Pero vendrán otros lugares a continuación y podréis seguir disfrutando y enriqueciendoos con esta experiencia tan extraordinaria. Seguir contándonos de vuestras aventuras cuando estéis en la Isla Norte.