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Entre playas y volcanes

  • Foto del escritor: Diego García García
    Diego García García
  • 5 feb 2024
  • 6 Min. de lectura

Nos hemos trasladado a la isla Norte de Nueva Zelanda (Te Ika a Maui). En esta isla se concentra la mayoría de la población neozelandesa (4 millones frente al millón de la isla Sur). No tenemos el dato confirmado, pero la impresión es que hay más población de origen maorí en esta isla. Lo que sí está confirmado es que los precios son mucho más altos (menos mal que la mayor parte de nuestra estancia en NZ ha sido en la isla Sur).


Seguimos comprobando que aquí lo habitual es vivir en casitas monas con jardín y patio trasero. Vamos a llevar mal tener que volver a un piso. Y más en Vietnam, nuestro próximo destino, donde allí los pisos se construyen a lo alto más que a lo ancho (la entrada en el primer piso, el salón en el segundo, el dormitorio en el tercero, la cocina en el cuarto... Vamos a hacer piernas de acero con tanta escalera para arriba y abajo).


Empezamos nuestro recorrido por la Península de Coromandel, una zona marítima veraniega a la que acuden los kiwis a relajarse. Está todo lleno de playitas, embarcaciones, restaurantes con clientes en las terrazas copita de vino blanco en mano... pero sigue el tiempo de locos (es una firma característica en todo el país). En el mismo día tan pronto te cae un aguacero descomunal que te deja empapado como sale el sol y te achicharra.


Hay dos platos fuertes en esta zona: Cathedral Cove y Hot Water Beach. Ambos sitios teníamos que visitarlos con la marea baja por la tarde, así que dedicamos la mañana a visitar otras zonas de la Península, haciendo tiempo hasta conocer los platos estrella.


Empezamos yendo a visitar un bosque de kauris, internándonos por una carretera de gravilla super estrecha, flanqueada por palmeras gigantes de helechos tipo selva colombiana, rezando porque Google Maps no nos llevara hasta un precipicio o decidiera abandonarnos a mitad de camino. Los kauris son unos árboles gigantescos naturales de esta isla, con un grosor de tronco similar al de las secuoyas.


¿Dónde está Wally?

Tras pasarnos la entrada del camino al bosque un par de veces y dar como pudimos media vuelta en una carretera de tres metros de ancho, empezamos la ascensión al Annapurna. Aquí todos son cuestas. Una escalera interminable por una selva exuberante nos dejó con la lengua fuera pero a los pies de estos gigantes. Sería curioso ver cuanta gente se necesita para rodear su tronco. Hemos visto incluso fotos de orgullosos leñadores subidos encima de un tronco caído, que perfectamente podía tener un diámetro de unos cinco metros (puede sonar poco, pero es una barbaridad). También hay sitios donde tienen expuesto un corte de uno de estos troncos, señalando los años en cada anillo, en plan: aquí, Julio César decide invadir la Galia, y mientras se formaba este otro anillo, Jesucristo nacía, y cuando este otro, Cristóbal Colón llegaba a América, etc.).



Por fin, tras todo el día esperando, llegó la hora de la marea baja. Así que ¡rumbo a Cathedral Cove, una de las maravillas de esta isla, imprescindible, que no te puedes ir sin ver, que nos iba a hacer tener una revelación y que.... está cerrada!!! Menudo chasco.


Al llegar a la zona, ya empezó a extrañarnos ver el aparcamiento vacío. Cuando empezamos a caminar hacia la playa, nos extraño aún más ser los únicos que transitábamos ese camino. Esperábamos hordas de turistas esperando la marea baja para caminar por Cathedral Cove, una maravillosa playa de Piratas del Caribe donde se han rodado escenas de "Narnia", y que cuenta con una gruta con un arco natural de perfil de Instagram. Pero no había nadie. Raro. Muy raro. Más que raro.


Al cruzarnos con un veraneante que paseaba a su perrito, le preguntamos. Nos miró con cara de "de dónde habéis salido, criaturas", y nos explicó que Cathedral Cove lleva ya un buen tiempo cerrada tras un temporal que dejó el camino intransitable y que solo se puede visitar en barco. Nuestro gozo en un pozo. O en una cueva, en este caso. Todo el día haciendo tiempo para esto. Por lo visto, todos los turistas del mundo salvo nosotros lo sabían. Tan solo pudimos asomarnos a un mirador y conformarnos con verla desde lejos.


Para sacarnos la espinita, nos fuimos a Hot Water Beach, la segunda gran atracción de la Península Coromandel. Se trata de una playa de la que emerge de manera natural agua geotermal, y puedes disfrutar de tu propio jacuzzi allí mismo cavando un poquito.


La gente se lleva su pala (o la alquila) y se pone a excavar en la arena hasta que comienza a emerger agua casi hirviendo (más de uno ha debido terminar con quemaduras).


Con un poquito de picaresca, morro y desvergüenza a partes iguales, siempre puedes esperar a que se canse alguien de su jacuzzi y apropiarte del agujero en cuanto lo deje libre. Íbamos con esa idea, pero al final no nos animamos, porque es muy curioso verlo pero más que un agradable jacuzzi es una horrible olla hirviente en la que cocerte. Así que hay que andar con mucho ojo donde metes el pie (yo terminé con la planta del pie medio escaldada), darte un paseo por la experiencia, y disfrutar de lo más agradable, que era cuando se juntaba una ola del mar con el agua burbujeante y bajaba bien mezclada y templadita.



Al día siguiente dejamos Península Coromandel para dirigirnos a Rotorua, donde teníamos que cuidar, a cambio de casa, dos perros, un gato bola gordo y un conejo mono y achuchable ("es como tocar una nube", David dixit), que vive estresado entre los perros y el gato que se lo disputan como cena. Nuestro nivel de cuidadores va aumentando y cada vez nos van llamando para hacernos cargo de más mascotas (aún no nos atrevemos con algunas de las más exóticas, como unos que piden voluntarios para cuidar de sus cerdos o alpacas, pero todo se andará).




Rotorua, en el centro de la isla Norte, es una de las zonas más visitadas por su actividad volcánica. Solo hay que cruzar los dedos y esperar que a los años 1886, 1917 y 1973 no se le añada el 2024 como último año de erupción.


Hay varios parques volcánicos que se pueden visitar. Los más conocidos son los de Waimangu y Wai-O-Tapu. Visitamos ambos y los dos son preciosos. Difícil elegir cuál nos gustó más.


La peculiaridad de estos parques (aparte de que huele a huevo podrido casi todo el rato, debido al azufre) son los colores tan llamativos que se forman en sus lagos por la disolución de las sustancias volcánicas en el agua (sílice, azufre, antimonio... y muchos otros minerales que provocan una preciosa gama de fuertes colores, atractivos para la vista, pero no para el olfato).


Como si de una película del Señor de los Anillos se tratara, ves surgir fumarolas entre las rocas, te puedes asomar a cráteres de antiguos volcanes donde hay barro en ebullición (parece el asqueroso jacuzzi de un trol) o puedes quedarte ensimismado observando las continuas nubes que surgen del agua evaporándose de los lagos.






Para quitarnos el olor del azufre nos fuimos una noche a un bosque de secuoyas (Redwood Forest) donde han construido un circuito con pasarelas y puentes colgantes que, junto con una iluminación muy estudiada, han logrado crear una atmósfera mágica con luces y proyecciones sobre los troncos y hojas. Disfrutamos tanto de la experiencia cruzando de secuoya en secuoya a una altura de 20 metros que, al terminar el circuito, volvimos a repetirlo tan a gusto.



Decidimos aprovechar nuestros últimos días en Nueva Zelanda en las magníficas playas del norte de la isla, alojándonos en Mangonui, un antiguo asentamiento de cazadores de ballenas que desde que dejó de estar de moda su caza y mejoraron las conexiones por carretera con la gran ciudad de Auckland, su población disminuyó drásticamente (pero los que se han quedado están en la gloria, porque las playas son paradisiacas).



Son playas de película, kilométricas y salvajes. Aunque quizá demasiado salvajes para nuestro gusto, porque nos avisan de que, aparte de fuertes corrientes, es posible que pueda haber delfines, orcas o incluso, en alguna ocasión, se ha podido observa algún tiburón dándose una vuelta por ahí. Así que bañito rápido, cerca de la orilla y alrededor de mucha gente (para que si le da al tiburón por asomarse tengas más oportunidad de salir corriendo mientras se entretiene con algún otro bañista). De hecho "Mangonui" quiere decir en maorí "Gran Tiburón", porque cuenta la leyenda que un gran tiburón llevó hasta estas tierras a un jefe maorí para fundar la ciudad.



Y con estas vistas de playas tropicales decimos hasta pronto a Nueva Zelanda, que tan bien nos ha tratado a lo largo de tres largos meses, para poner rumbo al continente asiático. Vamos a pasar de las grandes extensiones sin apenas población a una de las regiones con más densidad del planeta. Ya para empezar, en la ciudad de Hanoi, nuestro primer destino, vive el doble de gente que en toda Nueva Zelanda.



3 Comments


Carmen Verdu
Carmen Verdu
Feb 10, 2024

Cuantas experiencias! Lo que cunden los días cuando se está por ahí! Estáis yendo a sitios increíbles. Si ya en la fotos son impresionantes,, no me imagino lo que tiene que ser estar ahí. Ay qué ganas de vacaciones!!!

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Alexandra hortelano
Alexandra hortelano
Feb 05, 2024

¡Menuda pasada de viaje chicos! Esperando la próxima aventura :) Un abrazo a todos

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José María Verdú
José María Verdú
Feb 05, 2024

¡Cuántas experiencias en un solo país! El recuerdo de lo vivido en Nueva Zelanda quedará siempre en vuestras memorias.

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