Diarios de caravana (III). Engordando en Queenstown
- María Verdú Aguilar
- 22 nov 2023
- 5 Min. de lectura
Una de las etapas en las que más kilos hemos cogido ha sido en esta visita a Queenstown. Y la culpa ha sido de Ferg. Pero vayamos por partes.
Antes de llegar a Queenstown, donde teníamos reservada plaza en un camping 5 estrellas con vistas al lago Wakatipu (el examen de geografía de lagos en Nueva Zelanda debe de ser tremendo), hicimos parada en Arrowtown.
Con ese nombre pensé que íbamos a encontrar a Legolas o a Flecha Verde, pero en lugar de eso nos topamos con un antiguo pueblo minero del siglo XIX que se ha convertido en una especie de gran centro comercial al aire libre para el turista, conservando su calle principal tal y como era durante la época de la Fiebre del Oro.

En la década de los 60 del siglo XIX se descubrió oro por toda la zona, y desde ese momento comenzaron a llegar los primeros colonos europeos para sacar tajada del asunto. Y lo curioso es que también provocó la inmigración de una comunidad enorme proveniente del área de Cantón, en China, que debido a las malas condiciones políticas y económicas del momento decidieron escapar de la miseria jugándose la vida en las minas de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
Arrowtown acogió a una gran cantidad de estos mineros, en su inmensa mayoría hombres jóvenes analfabetos, casi niños, jugándose la vida, primero en el viaje y luego en la mina, en un país totalmente extraño para ellos.
En esta población de Arrowtown se han conservado algunas viviendas y establecimientos comerciales del asentamiento de estos mineros, que vivían apartados a un lado del pueblo, en plan gueto. Destaca, al inicio de lo que es el asentamiento, la tienda de Ah Lum, donde compraban los mineros sus alimentos y productos del día a día, que se ha conservado bastante bien tras un proceso de restauración. Curioso es también que Ah Lum se hizo muy célebre en esta comunidad de Arrowtown tras salvar a un minero europeo de ser ahogado en el río Arrow.

El centro de la ciudad es un escaparate del Old West. Lo tienen todo muy bien puesto, con adornos y estética Wild Wild West, para delicia del turista. De todas las tiendas, yendo con niños no podía ser de otra manera, nos quedamos encantados con una de caramelos y dulces que parecía sacada de las novelas de Harry Potter, con una variedad y una exposición como nunca antes habíamos visto.
Ya en Queenstown nos instalamos en nuestro "glamping" 5* con vistas al lago Wakatipu. Se trata de un camping recién inaugurado este año con unas instalaciones que ya quisieran muchos hoteles y con el añadido de poder contemplar unas maravillosas vistas.

La verdad es que íbamos a Queenstown solo a pasar noche, como escala técnica para no ir hasta el sur del tirón, pero al ver la horrible previsión meteorológica de nuestro destino final decidimos quedarnos un día más en esta "capital de la aventura".
Queenstown es conocida por ser el destino de los jóvenes backpackers que necesitan soltar adrenalina y saltar al vacío desde alturas de más de 100 metros o navegar en Jet Boats por el lago a velocidades de vértigo.
Como nosotros no entramos dentro de las edades esperadas para este tipo de cosas, tanto por exceso como por defecto, nos inclinamos por algo más tranquilo, y aprovechamos para pasar un estupendo día de descanso, dando día libre a la caravana, que se lo ha ganado.
Empezamos nuestro día salvaje y desenfrenado en Queenstown visitando el Kiwi Centre, un parque de acogida de fauna neozelandesa recuperada donde pudimos admirar, entre otros animales, a los famosos kiwis.
El kiwi es un ave peculiar. Para empezar, es nocturna. Así que tuvimos que entrar en una nave oscura donde poco a poco la vista se va haciendo a la noche y contemplar en absoluto silencio como un bicho redondo como una bola, de pico tan largo como su cuerpo, corretea sin parar de aquí para allá excavando la tierra en busca de alimento. Se trata de un ave muy activa en la tierra, pero que ha perdido la capacidad de volar. De hecho, bajo el plumaje, que parece más pelo que pluma al haber evolucionado para guarecerse de la lluvia y mantener la temperatura en lugar de para volar, se encuentran minúsculos vestigios atrofiados de lo que en su momento fueron las alas, que con el paso de los siglos imagino que terminarán perdiendo definitivamente.

Otro dato curioso que llama la atención de los kiwis es el tamaño del huevo. Son 400 gramos dentro de una madre de 2 kilos. Sería el equivalente a que una humana tuviera un bebé de 15 kilos. Y ocupa casi todo el cuerpo de la mamá kiwi, que pone una media de 100 huevos a lo largo de su vida reproductiva. Ahí es nada. ¡Santas madres!
El Kiwi Centre también alberga otro tipo de aves autóctonas, así como reptiles únicos de estas islas, como el tuátara (con una cara muy simpática, para ser reptil) y también se puede acceder a un espacio con un panel transparente de abejas donde puedes verlas trabajar y producir miel (y comprar un botecito tras una degustación que te ofrecen de diversos tipos de mieles).
Al lado del Kiwi Centre se encuentra un funicular que sube 500 metros para poder apreciar unas magníficas vistas de Queenstown, el lago Wakatipu y las montañas que lo rodean. Y lo mejor de todo es que desde arriba parte una pista de carreras desde la que puedes bajar varias veces en cochecitos que alcanzan sus buenas velocidades y abajo ser remolcado hasta arriba de nuevo en telesilla. Divertidísimo.
Pero lo mejor de Queenstown ha sido Ferg. Ferg es nuestro amigo, y lo queremos con locura. Ferg tuvo en su momento la magnífica idea de abrir, una al lado de otra, una hamburguesería, una panadería y una heladería. Un genio. Un visionario. Te queremos, Ferg (https://fergburger.com)
En esta ocasión la publicidad no engañó: La mejor hamburguesa del mundo es la Fergburger. Y lo demuestran las enormes colas que se forman a la entrada, ocupando toda la calle, que van desde la media hora de espera en adelante. Fuimos un par de veces, y porque solo estuvimos dos noches que, si no, se convertiría en nuestra dieta básica diaria. La mejor hamburguesa que hemos probado, coincidimos los cuatro (única vez en el viaje que ha habido unanimidad en algo). Y la panadería tiene un pastel de carne (The Ferg pie) que imagino que contendrá algo prohibido por la UE y el Vaticano, porque debe de ser pecado algo tan rico.
Así que, Ferg, muchas gracias, eternamente agradecidos, pero debemos seguir camino, por nuestra salud y porque se nos acaba el tiempo de alquiler de caravana.

No las envian a domicilio?
¡Se me ha hecho la boca agua con las delicias que prepara Ferg! ¡Espero que no hayáis engordado mucho! Un abrazo