Diarios de caravana (I). Glaciares y ascensiones "fáciles"

No llevamos ni una semana recorriendo en caravana la isla sur de Nueva Zelanda, pero hemos hecho ya tantos kilómetros y hemos visitado tantos sitios turísticos y campings que no sabemos ni dónde nos levantamos ni en qué día vivimos.

A la caravana nos vamos acostumbrando. Yo la conduzco con más soltura, y me llega a dar hasta vergüenza confesar que en algún momento me parece difícil de manejar, porque por aquí hay unos bicharracos enormes que son más casa que vehículo, más grandes que nuestro piso. No sé cómo hacen para ir por estas carreteras, donde yo me las veo y me las deseo en cada curva. Si en la Patagonia argentina eran todas rectas interminables, las carreteras neozelandesas parecen que las ha hecho un ingeniero hasta arriba de ron cola. Curvas, curvas y más curvas. Pero no culpamos al pobre ingeniero alcoholizado, sino más bien a la loca orografía volcánica que domina este paisaje. Todo son montañas y valles. Hacer 50 kilómetros puede suponer una hora de trayecto con tantas subidas y bajadas.

Después de dejar el camping playero de Greymouth, hemos viajado hacia el sur por la carretera costera (también con puertos de montaña, aunque discurra paralela a la costa) con destino a los glaciares Franz Josef y Fox. Son dos glaciares que, lamentablemente, se encuentran en acelerado proceso de retroceso debido al cambio climático pero que tienen la particularidad de estar muy cerca del mar, lo que no es habitual en el mundo "glacieril".

Tan en retroceso están estos glaciares que la visita fue un poco decepcionante. Y mucho más después de que hayamos tenido la suerte de haber podido contemplar el Glaciar Perito Moreno en El Calafate.

Hay una pequeña caminata de kilómetro y medio desde el aparcamiento para llegar a un mirador desde el cual, a lo lejos, muy lejos, si tienes suerte y no está nublado, se divisa una lengua de hielo allá en lo alto. El problema es que el mirador se construyó cuando el glaciar se encontraba allí mismo, pero ha retrocedido a un ritmo tan bestia en las últimas décadas que ahora se encuentra alejado a kilómetros. Nada espectacular, la verdad. Casi más bonito el camino de ascensión por toda la vegetación que te encuentras.

Y es que lo de la vegetación exuberante es algo que llama muchísimo la atención por toda la zona que hemos recorrido de la Costa Oeste. Las carreteras están bordeadas de bosques de helechos y palmeras gigantes y no sé qué más plantas. Parece que en cualquier momento va a salir algún brontosaurio de Jurassic Park a zamparnos. Las vistas dejan boquiabierto. Montañas enteras cubiertas todas de verde, tipo selva tropical.

Para compensar el chasco de los glaciares, pudimos hacer uno de los paseos más bonitos que nos hemos encontrado hasta la fecha alrededor del Lago Matheson, cerca de la población de Fox, donde pasamos esa noche. Este paseo va circunvalando el lago a través de un bosque magnífico de helechos, musgos y árboles gigantescos al que solo le faltaban los gnomos, las hadas y a Gandalf montado en unicornio.

A mitad del recorrido hay un mirador, desde el que todos los turistas esperamos con los dedos cruzados "el reflejo perfecto". Si se dan unas condiciones adecuadas de luz, se encuentra despejado de nubes y no sopla viento (todas ellas condiciones muy difíciles en una zona montañosa como esta) el lago se convierte en espejo de los montes Cook y Tasman, creando una de las postales más bonitas que se pueden obtener de Nueva Zelanda.

Al día siguiente dejamos los glaciares atrás para dirigirnos a Wanaka (de esta población sí que nos quedamos bien con el nombre, que nos suena a las guanacas argentinas). Un viaje largo y de mucha carretera, pero fuimos haciendo paradas aquí y allá a lo largo de todos los miradores que ponen los kiwis para los turistas a lo largo del camino, conscientes de la belleza de sus paisajes.

De esta manera pudimos pasear por una zona de dunas frente al mar de Tasmania, con cañaveral incluido, o contemplar una de las muchas cascadas que se encuentran a pocos metros de la carretera.

Todo muy bonito, sí, pero con una terrible pega que se guarda en secreto en el Departamento de Turismo de NZ: las sandflies. ¿Y eso qué eh lo que eh? Pues son como unas mosquitas inofensivas a las que miras al principio con condescendencia pero que terminas ahuyentando aterrado mientras corres por tu vida, porque todo lo que tienen de apariencia inofensiva lo tienen de mala leche. Pican como un mosquito cabreado, todas a la vez, y cuando te quieres dar cuenta, estás de picaduras hasta las orejas. Así que dunas de playita y cascaditas muy bonitas pero de visita rapidita para guarecerse corriendo de estas malas bestias en la fregoneta.

De Wanaka poco que contar. Hicimos una senda que nos recomendaron, que consistía en ascender el Monte Iron. Según todas las webs que vimos se trataba de una "ascensión fácil", casi de ir a pasar el domingo con tu hijo recién nacido en el cochecito... Bien. Vale. Lo que tú digas. Ya sabemos a partir de ahora que lo que esta gente considera "ascensión fácil" María y yo lo vamos a valorar como "Nivel Jesús Calleja". No sé quién ha calificado esta ruta de ascensión fácil. Supongo que el ingeniero dado a la bebida que hace las carreteras (que son buenas, bien asfaltadas y muy bien señalizadas, todo sea dicho).

Lo de que la subida era fácil era una trola muy gorda. Pero, al menos, lo de que se contemplaban unas estupendas vistas sí era cierto, con una panorámica de 360º dominando toda la zona, y que pudimos disfrutar con nuestras hamburguesitas a la BBQ previamente cocinadas en el camping.

Y de Wanaka nos vamos a mover a la zona de los lagos centrales, que dicen que es de las más bonitas. No me puedo imaginar que haya zonas aún más bonitas que lo que ya hemos visto, porque todo esto es, en dos palabras, im-prezionante.