Japón nos ha recibido con los cerezos en flor, un espectáculo que gente de todas partes del mundo viene a contemplar.
Viendo estas hileras de árboles florecidos nos sube el lado romántico y nos dan ganas de ponernos a escribir haikus (breves poemas japoneses de enigmática interpretación conectados con la naturaleza, la emoción, la belleza...) mientras el suave viento provoca una delicada nevada de pétalos sobre nuestras cabezas (ya hemos advertido de que esta visión despierta el poeta oculto que llevamos dentro).
Japón es una tierra de contrastes y extremos. Por un lado, parecen gente callada y taciturna, casi introvertida. Se los ve en silencio en el metro, siempre respetando las colas y el espacio del otro, mirando al frente casi sin pestañear, o sentados individualmente en las largas barras de la cafetería, uno al lado del otro, codo con codo, pero cada cual a su café o a su teléfono móvil. A esto le sumas la tranquilidad de sus templos y santuarios, en mitad de un entorno natural, silenciosos y llenos de paz, con sus meditaciones interiores y rituales, y te dan ese imagen del japonés aislado en su mundo interior.
Sin embargo, toda esa quietud y contención tiene que salir por algún sitio. Y ese sitio puedes encontrarlo dando un paseo por los barrios de Shibuya o Akihabara, donde están los karaokes llenos de gente disfrazada y dándolo todo en la interpretación de su artista favorito; los enormes neones brillantes que acaparan toda tu atención; miles de tiendas abarrotadas, con maquinitas llenas de luces y sonidos, libros manga, películas, figuritas de plástico de todo tipo, etc. Una explosión de luces, sonidos y ajetreo que te rompe la paz mental de los haikus y cerezos en flor en un microsegundo.
En Shibuya se encuentra el paso de peatones más caótico del mundo. Se trata de un cruce en varias direcciones que abre sus semáforos durante dos minutos y, dependiendo del momento del día, se calcula que pasan en ese intervalo entre 1.000 y 3.000 personas (la mitad son turistas haciendo un vídeo). Eso da una cifra flipante de unos dos millones de peatones cruzando Shibuya cada día (el equivalente a toda la población de una ciudad como Barcelona, por ejemplo).
La cifra parece exagerada, pero es que la cantidad de gente que hay aquí no la hemos visto en ningún sitio. Tokio es una de las ciudades más densamente pobladas del mundo, y se nota. La ciudad propiamente dicha son 14 millones, pero el "Gran Tokio" (sumando sus áreas metropolitanas de alrededor) llega a los 40 (que es una barbaridad, casi el total de la población española).
Así que pasar de la Patagonia o la isla sur de Nueva Zelanda, donde hay de 3 a 6 habitantes por kilómetro cuadrado, a los 6.000 de Tokio ha sido un shock. Y si el cálculo de densidad poblacional lo haces en la estación de Shinjuku, cerca de donde nos alojamos, una de las más grandes del mundo (con 200 entradas, 40 andenes y 3 millones de pasajeros diarios), nos produce directamente un cruce de cables mentales que nos deja en el sitio.
Para entender la estación de Shibuya (en general, toda la densa red de tren y metro) hace falta un Doctorado en "Trenología Japónica". Una vez que lo vas usando, vas viendo que está todo muy pensado y bien organizado. Le encuentras la lógica y al final acabas sabiendo moverte (aunque seguimos equivocándonos de andén de vez en cuando). Pero la primera vez que te enfrentas a ese plano endemoniado de decenas de líneas de todo tipo y de varias compañías, te dan ganas de empezar a pedir auxilio en mitad de la estación implorando por que te indiquen cómo se sale de ese laberinto y seguir a pata hacia tu destino.
Si tienes la cabeza a punto de explotar entre las hordas de pasajeros de Shibuya y el caos electrónico de luces y ruidos de Akihabara, un buen remedio es escaparse a los enormes parques que esta ciudad tiene en pleno centro y que parecen cápsulas donde el tiempo ha dejado de existir y vuelve a bajar la intensidad de las ondas cerebrales y a equilibrarse la mente.
De esos "parques refugio" que alberga Tokio, nos gustaron especialmente el de Ueno, el de los Jardines Imperiales y el de Yoyogi.
El parque de Yoyogi es como El Retiro de Madrid, una gran explanada con muchos caminos que recorrer, donde te vas encontrando estanques y árboles (cerezos en flor, en este caso) bajo los cuales la gente extiende sus mantas y se pasa la tarde de charla mientras toman un picnic.
Lo interesante del parque Yoyogi es que además se encuentra pegado al santuario Meiji Jingu, dedicado a los emperadores Meiji que abrieron Japón al mundo tras el shogunato (gobierno militar dirigido por el Shogun - un Señor de la guerra) de los Tokogawa (una de las familias que gobernaron Japón, en continuas batallas con otros clanes a lo largo de la Edad Media y Moderna de Japón, en plan Los Soprano pero con samuráis de por medio).
El Meiji Jingu es un remanso de paz al que se accede a través de un precioso camino por el que cruzas unos espectaculares torii de madera (arcos gigantescos de forma rectangular formados por dos columnas que sostienen dos travesaños paralelos).
Tras pasar los clásicos barriles de sake que las destilerías japonesas donan a los principales santuarios japoneses (que forman un conjunto muy artístico) se llega finalmente a la zona del santuario, donde aprovechan la necesidad espiritual y la curiosidad turística para hacer un poquito de negocio, pues hay multitud de formas de pedir deseos a través de figurillas, tablillas y demás, todo a un precio asequible en las tiendas del santuario.
Nos llamaron especialmente la atención las tabillas Ema. Son unas pequeñas tablas rectangulares de madera bellamente decoradas por un lado y con espacio por el reverso para escribir aquello que deseas que se cumpla (pareja, que el embarazo vaya bien, que pases unos exámenes, salud, prosperidad en los negocios, etc.). Esa tablilla con tu deseo se cuelga mediante una cinta en unas cuerdas tendidas alrededor de un precioso árbol centenario, y las recogerán posteriormente los monjes para incluirlas en sus oraciones.
Otro ritual llamativo consiste en sacudir un bote de palillos gigantes hasta que te salga uno (tipo palillero de restaurante, pero a lo bestia) que te dará el número de un cajoncito donde encontrarás un enigmático haiku escrito en su momento por la propia emperatriz Meiji a la que está dedicado el santuario, para indicarte tu fortuna. El haiku es tan "raro" (y más traducido del japonés, que debe perder) que cada cual adapta la interpretación a su gusto, y todos contentos.
Si los parques de la ciudad no son suficientes para limpiarte de todo el ruido mental, lo que va a terminar de hacer que adquieras una experiencia zen es una excursión a la cercana localidad de Kamakura.
Una vez que consigues enterarte de qué estación y andén salen los trenes, el viaje a Kamakura es muy sencillo y directo.
Muy cerca de la estación se encuentra el santuario Tsurugaoka Hachimangu, del clan samurái Minamoto (otras de las familias guerreras y dominantes durante el Japón feudal), al que se accede recorriendo un kilométrico paseo bajo un arco de cerezos en flor, que no nos cansamos de admirar.
La estructura del santuario es similar a la del resto: torii de entrada, barriles de sake, algún estanque con carpas boqueando bajo puentecitos monos japoneses y una fuentecita de la que sale un fino chorro constante para el ritual purificador del lavado de manos y boca antes de subir la escalinata que lleva directamente al altar del templo, presidido por una figura representativa de alguna deidad.
Las oraciones en los santuarios también llevan aparejadas un curioso ritual: primero, se lanzan unas monedas a un gran cajón de madera enfrente de la deidad, para, tras realizar dos inclinaciones, dar dos fuertes palmadas y pedir mentalmente tu plegaria con las manos juntas pegadas a tu cara, y despedirse con una nueva y respetuosa inclinación.
De Kamakura es muy conocido el Gran Buda del templo Kotoku-in, solemnemente sentado al aire libre contemplándote apaciblemente desde lo alto. Este Buda se encontraba originalmente en el interior de un edificio que fue destruido en varias ocasiones por causas naturales (tifones), hasta que debieron de darse cuenta de que el Buda prefería estar respirando al aire libre y tomando el sol y lo dejaron fuera (y desde entonces, no volvió a haber ninguna inclemencia que lo amenazara... ahí lo dejo).
El Gran Buda es impresionante, pero lo que nos tiene enamorados de Kamakura es el templo Hase-dera, por su simplicidad y belleza, rodeado de un entorno natural que transpira paz y donde encontramos a nuestro "budita feliz", el Nagomi Jizo, la imagen protectora más tierna que puedas encontrar, portadora de paz mental, calma y relajación.
De vuelta a Tokio, nuestra estancia terminó con un paseo por el barrio de Asakusa, que nos encantó, pues descubrimos una parte de Tokio un poco más apacible que los abarrotados barrios de Shibuya y Akihabara.
En Asakusa se encuentra el Senso-ji, el templo budista más antiguo de Japón, y el más turístico y comercial, por lo visto, pues todo el camino al santuario está lleno de puestos cual Feria del Libro vendiendo comida y souvenirs a los cientos de turistas que no sabemos muy bien si estamos yendo de compras o de visita a un templo.
Desde este barrio se contempla la impresionante Skytree Tower, la actual torre de telecomunicaciones japonesa que sustituyó recientemente a la clásica Torre de Tokio. Muy moderna y futurista, pero no por ello deja de tener muchísimo atractivo la conocida imagen de la Torre de Tokio, especialmente iluminada por la noche, a imitación de su hermana mayor, la Torre Eiffel, en la que está inspirada.
Nos vamos de Tokio tras una semana de estancia que nos hemos podido permitir gracias a nuestra querida plataforma Trusted House Sitters, cuidando a Stevie, la gatita mas kawai del mundo, porque las precios de aquí no son precisamente económicos.
Pasear por las calles de Tokio es una experiencia en sí misma. Hay otros lugares en los que necesitas visitar algún monumento o sitio concreto para que tenga un sentido el desplazamiento. Tokio, sin embargo, no es tanto visitar sus antiguos templos y santuarios, que también, sino pasear y pasear para poder impregnarte todo lo que puedas de un ambiente tan especial y genuino, con sus luces, restaurantes, gente (mucha), etc. Si tienes suerte, puedes incluso encontrarte con los personajes más famosos y renombrados de Japón.
Diego, a María y a mi no nos engañas! Eres un flipado de Doraemon!!!! Más que los niños!! Jajajajjaja
Necesito deciros que habéis conseguido que países/ciudades/punto cardinal de la Tierra (jajajajaj) que estaban ubicados en las últimas posiciones de mi lista de viajes deseados imposibles (jajajaja). No sé si se debe a:
La lección de Historia que nos da Diego con su descripción (siempre sin perder el sentido del humor y con su "ironía personal" que escrita tan serio hace más gracia todavía! igual que en persona!). Diego..... polivalente, qué bien se te da todo!!!
Por las fotos absolutamente maravillosas de María (principalmente) que llega a captar hasta el más nimio detalle que luego no es tan nimio como nos…
Un excelente resumen de lo que es Tokyo. Bullicio y serenidad. Muchedumbre y soledad. Agobio y paz. Todas estas sensaciones antitéticas en una sola macro ciudad. Las fotos, excelentes como siempre, nos sumergen en la atmósfera que describe el texto. Gracias por el blog, que seguís haciendo pese a tener tantas tareas que realizar! Un abrazo
Qué maravilla vuestra estancia en Tokio! Y qué bien contado! Da la sensación de estar allí mismo, pero desde el salón de casa (sin sentir el agobio de la estación de Shibuya). Seguid disfrutando y haciéndonos disfrutar con vuestras aventuras!. Besazo para todos!
A Nico Le encanta esta parte de vuestro viaje. Os echamos de menos! Un abrazo.