En nuestro vuelo de Japón a Estados Unidos cruzamos la línea internacional de cambio de fecha, esta vez en sentido contrario, recuperando así el día que perdimos cuando fuimos de Chile a Nueva Zelanda.
Nos volvió a pasar una de estas cosas que nos cortocircuitan las neuronas: tomar un vuelo un lunes a las 21:30h en Tokio y aterrizar en San Francisco tras 10 horas de vuelo a las 14:30h de ese mismo lunes. No sé si hay ya establecida una denominación para esa línea de cambio de fecha, pero desde aquí queremos postular el nombre de "Línea Marty McFly", porque es lo más parecido a viajar en el tiempo. Si estuviéramos en uno de esos interrogatorios de las películas de policías y nos preguntaran dónde estuvimos ese lunes a las cinco de la tarde, podríamos responder tranquilamente sin que saltase el detector de mentiras que tanto en el tren camino al aeropuerto de Tokio como en un hotel de la bahía de San Francisco.
Al llegar a San Francisco comprobamos que nuestros esfuerzos por aprender inglés no han valido para nada. En Nueva Zelanda, porque hablaban algo totalmente diferente a lo que te enseñan en las academias. Y en San Francisco, porque te atiende siempre para lo que quieras un Chávez, un López, un García o un Rodríguez, que, al igual que tú, se sienten más cómodos en español que en inglés.
Viniendo del ordenado, educadísimo y ultra limpio Japón, lo que más nos llamó la atención fue la "suciedad" de la ciudad. Pero fue el "efecto Japón", que es lo que le ocurre a cualquier persona que pase unos días en el país nipón, que cualquier otro sitio le va a parecer descuidado. Allí, en el país del sol naciente, limpiaban a diario hasta los camiones y autobuses. No es broma: relucen. Llegamos incluso a ver a un conductor de autocar limpiando cepillo y jabón en mano los neumáticos de su vehículo en el aparcamiento de un templo mientras esperaba a sus pasajeros. Es la primera vez que vemos a alguien limpiando a mano las ruedas de su autobús (no el tapacubos o las llantas, sino las rodaduras del neumático).
Las maneras de la gente también nos chocaron un poco al principio, por el contraste de pasar de vagones de tren en Japón donde nadie habla y hay carteles que piden que por favor se desconecten los móviles y se mantenga silencio a otra realidad donde no solo se habla por el teléfono, sino a un volumen tal que se entera de la conversación el interlocutor al otro lado de la línea y el resto de pasajeros del tren, incluido el conductor. Eso por no hablar de poner los pies en los asientos, ocupar varios con tus pertenencias, y otro montón de cosas que son de lo más normales hasta que te pasas tres semanas en Japón y las percibes como horriblemente maleducadas. Pero insistimos que es un efecto pasajero. En dos días hemos vuelto a nuestro ser desordenado y ruidoso.
El otro gran cambio que hemos notado ha sido el fresquíbiri que nos ha recibido. "If you go to San Francisco, be sure to wear some flowers in your hair", cantaba Scott McKenzie en referencia al movimiento hippie que causó furor especialmente en esta parte de los Estados Unidos. Pues bien, no solo debes asegurarte de llevar flowers, sino que mejor si las llevas en un gorro polar, y no te olvides tampoco del abrigo, la bufanda y los guantes. Nosotros que pensábamos que toda California eran cuerpos moldeados de gimnasio bronceándose en sus cálidas playas... pues no (malditos "Vigilantes de la playa").
Y si hiciéramos una lista de contrastes respecto a nuestros últimos meses en Asia, el número uno se lo lleva la sensación de seguridad, o mejor dicho, la falta de ella. No es que esto sea una ciudad sin ley, ni mucho menos; se puede pasear tranquilamente a cualquier hora, pero mejor con el ojo abierto.
Hay un número notable de personas que deambulan por las calles visiblemente sin hogar al que acudir, arrastrando sus pocas pertenencias en un carrito o maleta. Muchos de ellos hablando solos o gritando a nadie en particular. En los pocos días que hemos estado en San Francisco hemos visto gritos, discusiones, robos de bolsos...
Pero sería injusto que una pequeña parte de una realidad empañara el conjunto. San Francisco es una gran ciudad para vivir, con muy buen ambiente, bares, restaurantes y tiendas llenas de gente alegre, cercana y muy educada, siempre dispuesta a saludarte y a desearte que tengas un estupendo día. Mismamente, la pareja a la que le estamos cuidando sus perros en esta ciudad no puede ser más maja. Quedaron con nosotros para conocernos y presentarnos a Ruby y Hank, una pastora alemana y un husky que no pueden portarse mejor; nos enseñaron su casa, de la que nos dieron las llaves sin dudar, y nos hicieron sentirnos de lo más cómodos y bienvenidos haciendo de su hogar el nuestro.
El primer día, a pesar de tener el cuerpo y mente desfasados por el vuelo y la diferencia horaria (esa noche a las 02:00h los malditos ritmos circadianos decidieron que ya era hora de estar despiertos) no quisimos desperdiciar nuestra breve estancia en la ciudad.
Comenzamos con una visita al famoso Pier 39 (muelle 39), donde decenas de focas y leones marinos se tuestan al sol en las pasarelas de acceso a las embarcaciones. Como tu barco se encuentre amarrado ahí, ya puedes ir dejando la excursión para otro momento, porque tienen un tamaño y unas fauces que no animan a pedirles permiso para acceder a tu yate.
Muy cerquita del Pier 39 se encuentra un pequeño tesoro escondido que no aparece en las guías de viajes pero que nuestra pareja californiana nos aconsejó visitar. Se trata del Musée Mécanique (así, en francés, que les debe sonar más exótico), donde puedes encontrar todo tipo de máquinas de feria de principios del siglo pasado, del tipo de echar una moneda y que un muñeco dirija su brazo a una carta que predice tu futuro, o poner con tu pareja las manos en unos pulsadores que encenderán una luces indicadoras de la intensidad de vuestro amor o un luchador con brazo mecánico dispuesto a medir su fuerza contigo.
No solo se encuentran estas reliquias de atracciones donde un feriante embaucador y buscavidas con mucha labia, traje a rayas y bastón en mano (he visto demasiadas películas) te invita a pasar detrás de unas cortinas a ver lo nunca visto, sino que para aquellos que pasamos largos veranos aburridos en los 90 en los antiguos arcades de juegos, podemos reencontrarnos con las gigantescas máquinas de Donkey Kong, Pac-Man (comecocos), Street Fighter... María descubrió al final del museo la de Los Simpson y casi llora con la emoción del reencuentro.
Justo fuera de este peculiar museo se puede contemplar un submarino americano de la II Guerra Mundial (el USS Pampanito), de los que combatieron contra los japoneses. Durante ese conflicto bélico, San Francisco fue tanto un astillero fundamental en la producción de barcos de guerra, como el principal puerto de la Armada estadounidense, de donde partían la mayoría de las naves y submarinos a patrullar el Pacífico y a intentar hundir la flota enemiga.
A tan solo 10 minutos del submarino, un autobús nos dejó a los pies del Golden Gate, el famoso puente colgante rojo situado en la entrada de la bahía de San Francisco, que une la ciudad al vecino condado de Marín, donde se encuentran, entre otras, la famosa Sausalito, reputada colonia de artistas y bohemios que vivían en casas flotantes sobre la bahía.
El Golden Gate no es de los puentes más largos que cruzan la bahía, pero sí fue el primero y se ha convertido en un símbolo de la ciudad. Inaugurado en 1937, fue en su momento una verdadera maravilla de la ingeniería civil.
Aparte de su característico color rojo, destaca por su sistema de suspensión que le permite desplazarse hasta 8 metros hacia un lado u otro, siendo esa flexibilidad muy necesaria en una zona de fortísimos vientos y movimientos sísmicos.
Cerca de la zona donde nos alojamos se encuentra una moderna terminal de ferris, de la que salen a diario con muchísima frecuencia conectando San Francisco con el resto de poblaciones de la bahía, a modo de autobuses acuáticos. También este edificio es el lugar donde cada sábado se celebra un mercadillo en el que se venden productos locales de hortelanos de los condados vecinos. Además, aprovechando la afluencia de gente, se llena de food trucks en el que al más puro estilo american way sacian los apetitos a base de hamburguesas, hot dogs, etc.
Nos despedimos de San Francisco tomando una de las líneas que han conservado con tranvías clásicos de principios del siglo XX, que te lleva ya sea sentado o en el exterior medio colgado agarrado a un pasamanos por las cuestas de vértigo que tiene esta ciudad, hasta la calle Lombard, muy empinada y con un conocido tramo lleno de curvas que la convierten en la calle más sinuosa del país. Al parecer, el motivo de hacer un tramo de esta calle lleno de virajes fue para permitir que los coches pudieran circular por este tramo que, de no tenerlos, tendría una pendiente brutal intransitable.
El tranvía no solo es curioso en sí, por su estética antigua, sino que también su funcionamiento es rudimentario. En medio de las dos hileras de bancos de pasajeros que se encuentran en sus flancos, se sitúa de pie un hombre manejando dos agujas enormes de acero con forma de V, conectadas a unos engranajes que permiten la aceleración y el frenado del vehículo, además de un enorme pedal a los pies sobre el que llegaba a tener que ponerse encima para poder pisarlo a fondo. No parecía en absoluto sencillo, y se veía al hombre resoplando del esfuerzo que supone el manejo de estos instrumentos.
Es llamativo el mantenimiento de tranvías antiguos como medio de transporte urbano con la convivencia de la tecnología más puntera del momento en Inteligencia Artificial. Toda esta zona, cercana a Silicon Valley, es la cuna de las principales empresas tecnológicas de software, de las más innovadoras, de las que marcan lo que se usará o no en el futuro. Decimos todo esto porque nos hemos encontrado los taxis del futuro circulando por la ciudad. Se trata de unos vehículos futuristas autónomos ¡sin conductor! que se pueden pedir tranquilamente desde una app (si te atreves a montarte, porque da mucho yuyu). Son taxis de la empresa Waymo, que se encuentran por todas partes en San Francisco, y que producen una sensación muy extraña al verlos pasar sin nadie al volante.
Futurista también es el Tesla Cybertruck, un modelo aún por salir al mercado internacional, que ya se puede ver en esta puntera ciudad, y que se asemeja a los sueños distópicos postapocalípticos del director de Mad Max.
Al bajar desde la calle Lombard a nuestro alojamiento nos encontramos con una fiesta Locos Años 20, súper ambientada, con cochazos de la época, hombres vestidos al más puro estilo gángster de la ley seca, y chicas de largos vestidos y collares dispuestas a pasárselo en grande bailando Charleston.
No nos podemos ir de San Francisco sin hacer una de las excursiones que más nos han gustado: la visita a la antigua prisión de Alcatraz, que estuvo tan bien que merece una entrada aparte en este blog.
Aquí os dejamos el testimonio en primera persona de un enamorado de San Francisco, quien explica su visión personal de esta ciudad en colaboración con su hermano co-guionista tras la cámara.
Otra estupenda crónica
Me parto con David, que reportero más dicharachero!
Y mola eso de viajar en el tiempo!!!
Gracias por compartir
Como siempre, una historia muy bien, contada y documentada, además de amena y divertida. El colofón final no puede ser más simpático con David haciendo de Youtuber. Todo un profesional.!