Se pueden realizar varias excursiones cercanas a la ciudad de Hanoi. Dos de las principales son a la bahía de Halong o a la ciudad de Ninh Binh.
La bahía de Halong, a tres horas de la capital, es un conjunto de islas de varios tamaños y formas que jalonan esta bahía del Golfo de Tonkín en el Mar de la China Meridional. Especialmente, tras su declaración por la UNESCO como una de las Siete Maravillas Naturales del Planeta, se ha convertido en destino turístico mundial. Podemos asegurar que desde la última vez que fuimos su desarrollo ha sido exponencial: han crecido rascacielos de la nada como setas, han construido una gran estación marítima central desde la que los turistas embarcamos en tandas como ganado en alguno de los 300 barcos que navegan por este explotado paraíso, han ideado mil atracciones tipo parques acuáticos, teleféricos, hoteles, restaurantes... En fin, es la otra cara de la moneda del desarrollo económico que Vietnam experimenta desde los últimos 20 años.
Al principio, estábamos horrorizados. La preciosa y tranquila bahía que habíamos conocido años atrás se había transformado en un parque de atracciones para turistas. Afortunadamente, desde que zarpó nuestra embarcación, los miedos se disiparon y la magia de este lugar permitió que volviéramos a disfrutar de una de las joyas del planeta.
Navegar entre estas montañas dispersas a lo largo de la bahía es una maravilla para los sentidos. Cuenta la leyenda que fueron unos dragones (quiénes si no) los que llenaron la bahía de esta infinidad de islas a modo de muralla para defender Vietnam del invasor. De hecho, "Halong" significa "el dragón que desciende".
Hasta hace muy poco, aún se podían encontrar pueblos de pescadores viviendo en algún poblado enclavado en alguna isla. Sin embargo, el Gobierno ha decidido sacarlos de la bahía y llevarlos a vivir a tierra firme, en teoría bajo un principio humanitario de mejores condiciones de vida, mejor acceso a sanidad y educación, etc.
A mediodía, fondeamos en una parte muy tranquila de la bahía, alejada del resto de las embarcaciones de turistas, lo que se agradece para poder apreciar con calma este entorno.
Realizamos al atardecer una pequeña excursión en kayak, y disfrutamos a golpe de remo de la tranquilidad del paraje, donde cada isla tiene un tamaño y forma distinta. Desde pequeñas rocas altas y estrechas que parecen mantenerse mágicamente en equilibrio hasta inmensas islas con forma de elefante, de la que reciben su nombre en consecuencia. Cada isla tiene además una frondosa vegetación que la cubre, dándole un aspecto salvaje, enigmático y aventurero.
Tras el kayak, una vez que recuperamos la sensibilidad de nuestros pobres hombros desentrenados, disfrutamos de una opípara cena a cargo de, sin duda, uno de los mejores chefs vietnamitas. Hizo un show cooking en vivo y en directo, cociendo en agua y alcohol unas gambas recién pescadas hacía apenas dos horas (espectáculo de fuego y mucho humo). Creo que en este barco es donde mejor hemos comido en todo el viaje por el momento.
No podía faltar en Asia, después de la cena, su espectáculo de karaoke (son súper fans) y conocimos al Nino Bravo vietnamita escondido entre la tripulación de a bordo dándolo todo cantando una canción patriótica muy pegadiza que aún hoy no conseguimos quitarnos de la cabeza y nos sorprendemos cantando el estribillo en cualquier momento y lugar.
Pasamos la noche en la bahía de Halong, en uno de los camarotes del barco, lo que nos permitió al día siguiente observar el espectáculo del amanecer en medio de este fabuloso entorno.
Después de empezar el día practicando Tai chi en la cubierta (turistada total tipo crucero Vacaciones en el Mar) y dejar seca la cámara de fotos del amanecer, nos llevaron a visitar una de las muchas cuevas que se encuentran dentro de estas islas-montaña. Al final de una empinada e irregular escalera (aquí son todo escaleras; si no, parece que no tiene mérito) nos internamos por una gruta habilitada y bien iluminada, donde pudimos apreciar diferentes galerías llenas de rocas, estalactitas y estalagmitas, a cuál con forma más fascinante.
La segunda gran excursión fue a Ninh Binh, a dos horas de Hanoi, en el delta del río Rojo (es el principal río que pasa, entre otras, por la ciudad de Hanoi). Desde esta ciudad se puede visitar la antigua capital imperial del siglo X de Hoa Lu, con sus templos y palacios reales.
El paisaje es similar al de la bahía de Halong, pero en tierra firme. Se trata también de un fondo kárstico de montañas aisladas (o lo que se intuía, porque hubo una niebla bestial).
Una vez en las ruinas de lo que fue Hoa Lu, pudimos visitar los templos dedicados a las dos dinastías reinantes: Dinh y Le. Bueno, lo que nos dejaron verlo, porque vinieron unos tipos de seguridad en plan agentes secretos a lo vietnamita, todo trajeados de negro, con coches más negros aún, y nos pidieron, amable pero enérgicamente, que nos diéramos una vuelta por algún otro sitio que no fuera ese. Más adelante, vimos la llegada del pez gordo por el cual nos habían desalojado, y en las afueras de los templos nos dijeron que se trataba de una visita del Presidente del Gobierno de Vietnam (vete a saber si era verdad o una exageración. El caso es que le dieron más prioridad de paso que a nosotros). Pero no nos podemos quejar. Nos dio tiempo a verlo bien y a tomar nuestras fotitos guiris. Los que vinieran detrás sí que se encontraron las puertas cerradas, menuda faena.
Como el Sr. Presidente de Vietnam no nos invitó a acompañarlo, seguimos nuestra excursión hacia la Cueva Mua (Cueva de la Danza), donde sí que deseamos que viniera algún jerifalte a cerrar el acceso al brutal ascenso de 500 escalones hasta la cima.
Con las piernas temblando, reptando y la ropa empapada en sudor, pudimos levantar finalmente los brazos victoriosos tras esta empinada escalera de anchísimos e irregulares escalones (algunos valían por dos, pero creemos que querían ahorrarse cemento). Al menos, las vistas fueron increíbles y mereció la pena el esfuerzo (y eso que seguíamos con la niebla de fondo).
El almuerzo lo realizamos en un restaurante donde había de todo y, por supuesto, la especialidad local: el cabrito (en estas montañas llenas de escaleras no podía ser otro animal).
Aquí es donde entró en juego la maldad torturadora de la agencia con la que contratamos la excursión, pues nos "obsequiaron" después de comer con unos cuantos kilómetros en bicicleta para llegar hasta la Pagoda de Bich Dong, que, efectivamente, también se encuentra en altura (¡más escaleras!).
La Pagoda de Bich Dong es una serie de tres templos preciosos enclavados dentro de las cuevas de la ladera de una de estas montañas que siembran el paisaje, cada uno de ellos a más altura que el anterior. Hay tres monjas que viven allí y se encargan del mantenimiento de estos lugares sagrados: dos mayores y una joven a la que le toca penar la falta de veteranía encargándose de la limpieza de los dos últimos templos, de más difícil acceso, haciendo piernas para arriba y para abajo, rezando por la llegada de alguna otra novicia más joven que la sustituya.
Al terminar la visita de los tres templos, nos informó la guía que íbamos a embarcar en un bote de remos para surcar un humedal en la reserva natural de Van Long. Ya estábamos pensando que en lugar de una visita guiada nos habíamos apuntado a un triatlon: escalada, ciclismo y ahora piragüismo, pero, afortunadamente, la embarcación iba equipada con su propia remera, así que sólo tuvimos que disfrutar del paseo y fotografiar las colinas que rodean a esta Albufera vietnamita llena de arrozales.
¡Qué preciosidad! Los paisajes son increíbles. Aunque tiene pinta de estar lloviendo continuamente (claro que esa es la única manera de tener esos paisajes tan verdes).
Un abrazo ya seguir disfrutando, familia.
Como siempre, una imagen vale más que 1000 palabras!. Qué maravilla de sitios !
Habréis sudado la gota gorda para subir tantos escalones pero seguro que valió la pena.
Un abrazo
¡Que pasada! Me encanta. Un beso a todos!