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Aventuras Patagónicas I. Bailando con ballenas

Dejamos la granja norteña por tierras australes patagónicas. Tras celebrar todos juntos el 7º cumpleaños de Guada, la hija mayor de la familia (una niña encantadora que un día se nos acercó para decirnos "¿sabés que mi papá me está enseñando el idioma de ustedes?"), tomamos el autobús a San Miguel de Tucumán, para pasar noche y coger el vuelo al día siguiente temprano a Puerto Madryn, al lado de Península Valdés.


Al llegar a Puerto Madryn nos esperaba la mujer de la agencia de alquiler de autos, que nos pidió que la esperáramos en el aparcamiento de la terminal mientras iba a por el coche. Habíamos reservado un coche normalillo, de los de toda la vida, de los de la familia Alcántara, pero de pronto se para ante nosotros un bicharraco inmenso, de estos que en vez de conducir Antonio Alcántara conduce Chuck Norris en su papel de Ranger de Texas. Resulta que al nuestro se le habían llevado un retrovisor por delante a última hora y sólo les quedaba este.

Así que poniendo mi mejor cara de hombre duro que viene de marcar ganado, porque hay que ser muy hombre y muy Chuck Norris para subirse a este bicho, cargamos las maletas en la pick up y rumbo a nuestra nueva casita en Trelew, una localidad a una hora de distancia.


Al igual que debió sentirse Kevin Costner al largarse a territorios inexplorados a defender de los indios un fuerte abandonado en medio de la nada, así hemos percibido nosotros nuestra llegada a la Patagonia: un territorio con el doble de superficie que España, que va desde la frontera andina con Chile hasta el océano Atlántico, pero con una población inferior a la de la ciudad de Madrid.


Además, esa poca población se encuentra concentrada en las ciudades principales de sus cuatro provincias (Neuquén, Río Negro, El Chubut y Santa Cruz), así que si a alguien le da el punto de fundar su propia ciudad con sus propias normas y ser el iniciador de una saga, pues este es el sitio ideal. Tienes terreno para aburrir, y solo tendrás que entendértelas con guanacos que te mirarán con cara extraña mientras plantas las estacas de tu nuevo reino, pues no hay ni un alma a la redonda. Y esa redonda es efectivamente muy redonda. 360º hasta donde alcanza la vista. Todo llanura, sin una montaña o mínimo accidente geográfico que te oriente. Especialmente en lo que es la Patagonia Central (la más cercana a los Andes es otro cantar).


Ser Ingeniero de Caminos aquí debe de ser la carrera más fácil del mundo. Las carreteras son largas y eternas rectas sin complicación alguna. Si quieren una carretera de A a B, trazan una línea recta y sanseacabó. Sujetas el volante con cinta aislante, pones un ladrillo donde el acelerador, calculas el tiempo que vas a tardar y pones el despertador a esa hora mientras te echas una siestecilla en el coche (lo único, que se te cruce un guanaco).


Nuestra primera parada en tierras patagónicas ha sido para ver la fauna que en esta época puebla las playas del norte de la provincia de El Chubut, cerca de las ciudades de Puerto Madryn, Trelew y Rawson. ¿Verdad que no son nombres muy argentinos? Pues parece ser que hubo una serie de galeses que tuvieron esa idea que os he contado de que les dejaran tranquilos, buscándose su propia vida fundando sagas y ciudades por la zona, así que en esta zona te encuentras no solo este tipo de nombres anglosajones sino también algunas buenas costumbres de esa gente que mereció la pena conservar, como la torta galesa o torta patagónica.


Como teníamos ya programado un avistamiento de ballenas en barco para el segundo día, aprovechamos el primero para visitar Punta Tombo, donde se encuentra una inmensa colonia de pingüinos que todos los años regresan a estas playas para poner e incubar los huevos y mantener a la cría hasta que coja fuerzas suficientes para migrar en el invierno austral a las costas de Brasil (6.000 km de navegación).


Para llegar a Punta Tombo, desde la carretera principal, toda recta como hemos comentado, salen los caminos de ripio para acceder a las playas. Y digo caminos porque llamarlos carreteras sería subirles la categoría. No están asfaltados, sino que están "pavimentados" con gravilla y arena, lo que los hace practicables para el tráficos rodado, pero son auténticas "pistas de hielo" para los neumáticos. Es decir, que no te embales: entre 40 y 60 km/h es lo recomendable, con marchas largas (la 5ª) y con reducciones de marchas en caso de necesidad de aminoración de velocidad antes que pisar el freno para no derrapar. Y cuidado porque se cruzan con frecuencia animales como guanacos, aves andando, perros... A eso le añades que levantas una nube de polvo tremenda, que como te adelante un vehículo te tienes incluso que detener hasta que puedas recuperar la visibilidad. Así que hacer un camino de ripio de unos 50 km te puede llevar tranquilamente una hora de viaje.


Llegamos a la entrada de esta playa de Punta Tombo, en donde cada año vuelven los pingüinos de Magallanes a incubar sus huevos por parejas, que se mantienen juntas toda su vida (macho y hembra se turnan en la incubación). Cada año, sobre esta época, el macho se adelanta a la hembra para buscar y preparar un nido, que puede ser incluso el del año anterior. Suelen ser agujeros hechos bajo algún arbusto (el jume) para resguardarse de los sempiternos fríos vientos patagónicos. Allí adecenta el nido esperando a la hembra. Como son cientos de pingüinos y la extensión de la colonia es brutal, lanzan continuamente grititos/cánticos para comunicarse y decirle "Eh, María, que estoy aquí, en el apartamento 2B, como el año pasado". Y la pingüina se dirige al nido, le echa un ojo a ver si es de su gusto, y se instala para poner e incubar el huevo.



La pingüinera tiene habilitados unos caminos y unas pasarelas por los que podemos ir los visitantes. Solo te piden que no te salgas del camino, que respetes una distancia de 2 metros con los pingüinos y que les cedas el paso en el caso de que se cruce alguno. Así que los puedes ver muy pero que muy de cerca. Una pasada.


Al segundo día de llegar a El Chubut, nos dirigimos al plato fuerte de esta primera parada en Patagonia: el avistamiento de ballenas en Península Valdés. Esta península forma en su istmo dos golfos que crean un entorno ideal para que la ballena franca austral venga todos los años a criar a sus ballenatos. Es un espectáculo muy bonito, pues no solamente ves ballenas muy de cerca sino que además las ves siempre con su ballenato pegado, lo cual lo hace muy tierno, muy maternal. Tienen unos movimientos lentos y pausados, y van navegando por estas aguas que son más cálidas y tranquilas que el océano abierto, para que el ballenato vaya cogiendo fuerza y aprendiendo lo básico de cualquier cría de ballena: mueve esta aleta para atrás para girar a la derecha, la otra para adelante para darte la vuelta, desconfía de las orcas, cuídate de los picotazos de gaviota, etc. Y cuando estén listas dentro de unos meses, en el verano austral, que se les haga caldo este agua, migrarán hacia la zona del ártico.


Las empresas que ofertan el barco de avistamiento se encuentran en la población de Puerto Pirámides, dentro ya de la Península Valdés. Allí te equipan con un chaleco salvavidas ("por las dudas", como dicen acá) y una capa de agua, y bajamos en grupo con movimientos de pingüino por la poca movilidad que te deja esta indumentaria hasta la playa, donde se encuentran los barcos sobre unas estructuras metálicas con ruedas sobre la arena. Una vez embarcados, unos potentes tractores empujan la estructura al agua hasta que el barco comienza a flotar. Retiran la estructura y arrancan los motores del barco para iniciar la navegación.


Me he dado cuenta de que, al igual que no tengo madera de granjero, menos de marino. No diré que me mareé, pero tampoco estaba como para comerme un choripán en ese momento.


Pero cualquier malestar se te pasa de pronto en cuanto el barco se sitúa al lado de una mamá ballena con su bebé. Son animales dóciles y bastante acostumbrados a la presencia de barcos, así que no se espantan. Incluso parece que hasta les hace gracia, salen y observan con esos ojos gigantes que tienen a la ristra de turistas haciéndoles fotos por la borda, lo que aprovechan para lucirse y sacar una aleta por allí o zambullirse y enseñar la cola por allá. Un espectáculo.


Desde Puerto Pirámides, una vez de regreso a la playa, tomamos nuestro súper coche Chuck Norris y recorrimos 100 km por Península Valdés, por camino de ripio, así que nos llevó dos horas largas, hasta Caleta Valdés (siguen sin partirse la cabeza con los nombres). Se trata de una franja de tierra que crea una especia de laguna que resguarda de mar abierto a multitud de fauna marina que aprovecha esta circunstancia para criar hasta que los bebés cojan fuerza suficiente para salir a mar abierto. Es el caso de pingüinos y de elefantes marinos.



Los elefantes marinos están todo el rato tirados en la arena tomando el sol, con esos cuerpos redondos panzudos tostándose como turistas en Benidorm. Se pueden ver bastante de cerca, aunque no tanto como los pingüinos, por razones obvias de seguridad, pues parecen mansos pero creo que son bastante territoriales y puedes tener un problema muy gordo como alguno la tome contigo.


El último día, antes de tomar el avión hasta El Calafate, decidimos aprovechar la mañana visitando la playa de Las Canteras, desde donde se avistan multitud de ballenas desde la costa. Se acercan mucho y es un espectáculo digno de ver, sobre todo si tienen un día juguetón y se ponen a dar saltos en el agua. Esperad unos segundos a que empiece este vídeo para que veáis de lo que os hablo...



La única pega de ese día tan estupendo es que yo, extasiado por el espectáculo de las ballenas, me olvidé completamente de los abrigos que había dejado amontonados en un rincón de la playa. Solo me di cuenta al llegar a casa, que está a dos horas de la playa y me era imposible regresar porque salía nuestro avión. Bien, Diego, 50 puntos para ti. Todo el viaje cargando los abrigos y te los dejas justo el día que embarcas para El Calafate a ver los glaciares (sin comentarios). Así que si sale en las noticias algún ballenato con un abrigo rojo Quechua de Decathlon, pues eso, ya sabéis.


Embarcamos hacia el sur de la Patagonia dejando para siempre en Península Valdés nuestros corazones (y abrigos).

6 comentarios

6 Comments


Carmen Verdu
Carmen Verdu
Oct 24, 2023

Qué de aventuras! Esperando con expectación máxima el siguiente capítulo! Seguro (sin querer hacer spoiler) que incluye compra de abrigos nuevos para todos! Besazo!

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ELENA RUIZ CONTRERAS
ELENA RUIZ CONTRERAS
Oct 23, 2023

Me muero con el video de las Orcas! Son Orcas, ¿verdad? Están campando a sus anchas.... La una saltando... la otra que se cruza parece que va nadando de espaldas, y la primera que salta luego se pone a hacer posturitas tipo gimnasia rítmica 😂😂😂

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José María Verdú
José María Verdú
Oct 23, 2023

Una crónica fantástica. Te superas día a día, Diego, y las fotos y vídeos una maravilla. Normal perder los abrigos por la emoción del espectáculo de la Naturaleza….ahora entiendo los resfriados. Seguro que en El Calafate habéis encontrado, ja, jaja!

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ELENA RUIZ CONTRERAS
ELENA RUIZ CONTRERAS
Oct 23, 2023

Lo mismo no hace falta ni ser ingeniero de caminos jajaj!!

Jajajajaj! Cómo canta el pingüinillo!! He de reconocer que canta mejor que yo.

¿Dónde está María?? La he echado de menos en esta nueva entrada.

Muchos besos a todos!!!


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ELENA RUIZ CONTRERAS
ELENA RUIZ CONTRERAS
Oct 23, 2023
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😂😂😂

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